Londres
El islamismo agrieta la alianza occidental con la nueva Libia
El matrimonio de conveniencia entre Occidente y los rebeldes libios empieza a mostrar sus primeras grietas. El jefe del Consejo Militar de Trípoli, Abdelhakim Belhagh, exige disculpas a EE UU y Reino Unido por haber facilitado supuestamente su captura y entrega a las autoridades libias, que le habrían interrogado y torturado con el beneplácito de los servicios secretos estadounidenses y británicos
Belhagh, conocido como Abdala Al Sadiq, miembro del Grupo Combatiente Islámico Libio, fue arrestado en Malasia en 2004, llevado a Bangkok y luego trasladado a Libia, en una operación conjunta de la CIA y el MI6. Las agencias lo habrían entregado a Trípoli a pesar de saber el trato que recibiría en las cárceles del régimen, con el que colaboraban gustosamente, según los documentos secretos descubiertos por la organización Human Rights Watch en la capital libia la semana pasada y a los que LA RAZÓN tuvo acceso. La CIA envió, por ejemplo, una lista de cientos de preguntas para los presos islamistas, a los que se les sometía supuestamente a tortura para sonsacarles información.
La petición de Belhagh, así como su amenaza de demandar a Washington y Londres, pone en un aprieto tanto al Gobierno rebelde como a los países occidentales. El «premier» británico, David Cameron, prometió ayer una investigación independiente sobre los vínculos entre los servicios secretos libios y su país.
Pero, por el momento, los aliados siguen comprometidos con su operación en Libia, donde tienen que defender importantes intereses. A los países que han participado más activamente en la campaña libia se les ha prometido una recompensa, en concepto de contratos energéticos y para la reconstrucción del país, destruido no sólo por estos seis meses de guerra, sino por 42 años de dictadura de Gadafi, que no invertía en el bienestar de la población, tal y como se quejan repetidamente la gran mayoría de los libios. La mayor parte de las calles no están asfaltadas, ni siquiera en Trípoli, y existe sólo una autopista en todo el país, completamente destrozada ya que por ella han corrido los frentes de batalla de oeste a este y de este a oeste.
La OTAN ha intensificado sus bombardeos en los últimos días para acabar con las fuerzas de Gadafi, que se han concentrado en el triángulo de desierto situado entre Beni Walid, Sirte y Sabha, sus últimos bastiones. La Alianza está, una vez más, despejando el camino a los rebeldes para que puedan tomar estas localidades, cuya conquista es especialmente delicada por las alianzas tribales, regionales y personales que rigen.
Los combatientes esperaban ayer órdenes de las autoridades rebeldes para atacar Beni Walid, después de que las negociaciones para una rendición pacífica hayan, al parecer, fracasado. «Les hemos dado ya todas las oportunidades, pero no quieren dejar las armas», explicó a LA RAZÓN un comandante rebelde de Misrata. Sospechan que los soldados de Gadafi mantienen a la población civil asediada e impiden que los líderes tribales negocien, pero algunos de ellos, de la tribu Warfalla (la más grande y potente de Libia), serían todavía fieles al coronel, así como parte de la población, mimada por el régimen en los bastiones de las tribus amigas. «Hay que encontrar una solución pacífica, si no, se matarán entre primos, amigos, vecinos», decía Hakim, un joven combatiente de Misrata. Y esto también supone un dilema para la OTAN.
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