París
El Hermano Honorio por Eduardo FRAILE
Ahora que mi patio escolar se ha convertido en aparcamiento subterráneo, quiero recordar al Hermano Honorio Rojas, nuestro profesor de quinto de primaria el año mágico de la Gran Nevada, o del Delfín («Un delfín en Valladolid» titulaba El Norte de Castilla), o el año del desembarco de los ángeles… Su manera de enseñar era caótica y brillante, deslumbrante, cautivadora, sensacional. Aún hoy, todavía dibujamos en el aire sus palabras: El río es un camino que anda. La montaña es un terreno de dificultades permanentes. Nos hablaba con profusión, exuberantemente, de las selvas amazónicas y de la cordillera de los Andes, porque había vivido muchos años en América. Supongo que estará dándoles clase a los ángeles parvulitos en un cielo sin fin, con todos los rotuladores imaginables a su disposición. Él nos abrió los ojos a lo maravilloso del mundo, y a los muchos lenguajes con que el mundo nos habla. A él le debo de algún modo mis libros, y quiero dejarlo dicho aquí. La limpieza, la curiosidad (y la perplejidad, si se quiere), la fiebre y la valentía y la determinación que puedan verse en mi mirada, él las sacó a la luz. Teníamos 10 años. Construimos un avión. Nos dejamos arrebatar por la belleza de unas niñas casi sobrenaturales. Eran francesas sobre la nieve vallisoletana. El ala del misterio nos tocó profundamente el corazón apenas estrenado. Cuando el curso acabó nos enteramos que también se jubilaba nuestro profesor. Fuimos a verle varias veces en el año siguiente al colegio La Salle: Javier Serrano, Juan Carlos Rodríguez y yo. Le echábamos de menos, le necesitábamos (porque echábamos de menos a Marianne, a Îvonne, a Claire, que habían vuelto a París). Y le vimos llorar cuando nos despedíamos. Adiós, Hermano Honorio. Las cosas no van bien desde entonces. Nos hicimos mayores, la vida… nos fue perdiendo… por el camino. Queremos que vuelva con nosotros.
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