Historia

Singapur

Déjà vu por María José Navarro

«Queridos financieros, ¡buena suerte!», rezan en Singapur
«Queridos financieros, ¡buena suerte!», rezan en Singapurlarazon

La primera vez que servidora pisó Irlanda era joven, estaba prieta y tenía unas cejas en las que se podía posar un búho con toda tranquilidad. Tenía también un novio al que casé después con una rubia guapetona, que le ha dado dos hijos como dos pivots de la Cibona, con lo que se puede afirmar que la vida le cambió de la bosta a las natillas. El chico de entonces es, en la actualidad, un brillante profesor universitario y se me ha hecho de izquierdas, con lo difícil que es que alguien, a estas alturas, haga el camino a la inversa. El caso es que pillamos un coche destartalado y nos fuimos desde Albacete hasta la isla con un mes por delante y con Francia por delante también, que esa es otra. Sale una de La Mancha hasta el Canal de La Mancha y se cree por una vez cosmopolita y se cree que cuando llegue allí va a estar esperándola un alcalde con un cepillo y una banda para cortar y lo que se encuentra es Roquefort-sur-Soulzon, Champagne y luego a luego, Normandía (que es preciosa pero muy tristona y con unos lugareños poco dados a los abrazos, por no decir que son ariscos a más no poder). Entonces se notaba una un poco extraña en Francia porque le daba la sensación de estar bajando la media en todos los aspectos, de tal forma que pedías un sandwich y te traían un bocadillo, como si entendieran que la miel no estaba hecha para el asno.

Después de un viaje en Ferry en el que me mareé como una perra y en el que no pude salir del baño de cubierta a pesar de haber reservado un camarote, la sensación al pisar Irlanda fue absolutamente confortable. El estómago volvió a su redondez y también la autoestima. Estos días me chocan esos mensajes que aseguran que no somos Irlanda, como hace meses se dijo que no éramos Grecia y ahora se insiste en que jamás seremos Portugal, y una ya no sabe si es que caminamos hacia delante o hemos retrocedido en el tiempo. Por mucho que nos vendieran aquello de la gran familia europea, resulta que estamos donde estábamos: la locomotora es la misma, Reino Unido sigue a su bola, disimula Francia, el Este nos da pánico y nosotros, metidos en el grupo de hijos que se han pulido la herencia, nos seguimos imaginando siempre por encima de nuestros vecinos lusos, con lo majos que son. De vuelta a la casilla de salida y, de nuevo, esquivando el pozo.