Historia

Lorca

Lorca por María José Navarro

La Razón
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La madre de Raúl está muy delgada. El viernes pasó el día intentando que las horas se hicieran cortas, tratando de entretenerse en servir las mesas a toda prisa, sin parar, sin hablar. Está triste, cansada, parece enfadada también. Su negocio está ahora en una carpa en el parque de la viña, porque su bar, que también llevaba el nombre del barrio, no se puede abrir. Quizá sea una suerte que la madre de Raúl no tenga que volver a pasar todos los días por la puerta de ese bar. El viernes se cumplía un año de la muerte de su hijo, un muchacho de casi catorce años al que se llevó por delante la segunda sacudida del terremoto de Lorca. Fue allí mismo, en la entrada del establecimiento, mientras su familia veía por la tele las consecuencias del primer latigazo. Doce meses después del seísmo, el barrio de la Viña, el de Alfonso X, el de San Fernando, siguen trufados de historias sin acabar. De manzanas enteras con fachadas apuntaladas, de grietas que estremecen, de comercios abiertos entre el riesgo y el abandono. De lorquinos que no saben si alguna vez podrán volver a sus casas pero a los que les llega puntualmente el recibo de la luz y la mensualidad de la hipoteca. De lorquinos que han tenido que volver a ellas, a pesar de que en la puerta hay una señal que advierte del peligro de que aquello se venga abajo. Siete mil personas están todavía desplazadas y no saben cuándo dejarán de estarlo. Dice Valcárcel, el presidente de la región, que hay que tener paciencia, que es esa cosa que siempre se pide a los mismos.