Literatura
Poco blanco y mucho amarillo
Barcelona- Luis Aragonés no se hubiera sentido nada cómodo ayer en el Palau Sant Jordi. En cada rincón del pabellón era fácil identificar a los seguidores del Maccabi. Todos, sin excepción, iban ataviados con la pertinente camiseta amarilla. Había más de 6.000. Sólo el verde de los 2.500 seguidores del Panathinaikosos hacía que el horizonte tuviera otro color. En una esquina, alrededor de 1.200 madridistas formaban una pequeña núcleo que resistía ante la superioridad de su rival. «Esos locos macabeos», que diría Goscinny.
Los seguidores blancos se habían cansado de esperar, quince años desde su última aparición en una «Final Four», y decidieron que Molin era el hombre destinado a guiarles hacia su novena Copa de Europa. Por una vez, el equipo más laureado de Europa no partía como favorito, más bien todo lo contrario. Ante un Maccabi muy superior, el Madrid tenía poco que perder y mucho que ganar.
A pesar de la cercanía geográfica con Barcelona, la hinchada madridista ni siquiera agotó el cupo de entradas que les concedió la Euroliga. Pero los 1.200 que se dieron cita en el Sant Jordi dieron la cara hasta el final y no perdieron la fe. La batalla en las gradas era una batalla perdida, pero los blancos cayeron con honor. Los jugadores poco pudieron hacer para intentar animar a sus fieles. Prigioni, uno de los pocos que sabía lo que era jugar una semifinal de Euroliga en su equipo, tiraba de experiencia sobre el parquet y presionaba al árbitro italiano. «¡Luigi!», le gritaba, pero Lamonica seguía a la suya. Como el Maccabi, que no tuvo piedad. El silencio invadió la esquina madridista del Sant Jordi tras certificar que la «Novena» tendrá que esperar. Mejor para el Madrid si no son tres lustros más.
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