Historia

Kabul

Chopitos en Afganistán por Diego Mazón

La Razón
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Si alguna vez un marine norteamericano les ofrece jugar un torneo de «beer pong», no acepten. Rehúsen con un gesto firme pero cortés, no sacarán nada bueno de aceptar semejante reto. Yo lo hice durante mi estancia en Kabul y aún se ríen. El juego en cuestión consiste en que dos contrincantes se ponen frente a frente en una mesa alargada, en cuyos extremos se colocan sendos triángulos formados por seis vasos grandes de cerveza. Con una pelota de ping pong, de ahí el «pong», uno debe tratar de encestar en alguno de los vasos del oponente, en cuyo caso, éste deberá ingerirlo sin respirar. Si el rival es de nivel medio, uno pasará la ronda dignamente, pero si no, tendrá que asistir en un estado lamentable a cómo el marine, entre risotadas, celebra tu indignidad chocando su pecho contra otro mamotreto de similar tamaño. Para que la cosa no fuera muy humillante, decidieron obsequiarme con una cumbia a todo volumen. Es lo que tiene no saber dónde está España. Los marines son unos guerreros formidables, pero también son unos horteras. Los soldados españoles, amén de no tener nada que envidiarles como guerreros, tienen mucho más arte en la vida. En el bar de la base de Qala-i-Now, en Afganistán, se sirven raciones de chopitos. En las paredes del local hay fotos de rincones de nuestra geografía, una imagen de la Virgen del Pilar, y si tiene que sonar algo suena Camarón. Los soldados españoles llevan a gala eso, ser españoles y como tales servir a España con toda su alma. Quizá si siguiéramos su ejemplo nos iría mejor en estos tiempos, en los que hace falta capacidad de sacrificio, compañerismo, abnegación, respeto, honor... Valores que a ellos les son innatos y que nuestra sociedad arrinconó en plena borrachera de prosperidad. No acepten si un marine los invita a jugar al «beer pong». No tienen chopitos, ni a Camarón, y, sobre todo, tienen un defecto: no son españoles.