Afganistán

Ni el desdén le hiere

La Razón
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A la ministra de Defensa, Carmen Chacón, le preocupa más su futuro en el PSOE que el presente de sus soldados. Los ha mandado a una guerra y ella insiste en hacernos creer que andan por Afganistán de excursión. Ya hemos repatriado a un buen número de ellos en un ataúd cubierto con la Bandera. Ellos saben cumplir con su deber hasta el final, sin darse importancia, mientras en los despachos del Ministerio de Defensa los burócratas encorbatados ignoran o desprecian las peticiones de los que visten el uniforme y se juegan su vida día tras día entre el silencio oficial y la mentira política.

Diego Mazón nos lo confirmaba ayer en las páginas de nuestro periódico. Los burócratas encorbatados del Ministerio de Defensa han denegado o rebajado el 84% de las medallas y condecoraciones pedidas por el Ejército para reconocer y recompensar actos heroicos en la guerra de Afganistán. Tienen sus motivos los burócratas para hacerlo. Si el Gobierno no quiere reconocer que hemos enviado a nuestros soldados a una guerra, ¿cómo se justifica el reconocimiento y gratitud a sus sacrificios y heroísmos? Las medallas no se piden por capricho. De los informes de los inmediatos superiores nacen las solicitudes. Y los altos mandos de los Ejércitos, comprobadas las acciones de guerra, elevan a los burócratas sus peticiones. Pero los que se sientan en su cómodo despacho todos los días y no han vestido nunca el uniforme militar – es probable que entre los burócratas progres se puedan encontrar antiguos «objetores de conciencia» que se libraron de hacer la «mili» por comodidad, egoísmo o simple cobardía–, se dedican a tachar con tinta roja, como la sangre, las solicitudes de honores de los militares. Los soldados no buscan medallas. Cumplen con su deber. Nos representan y defienden a todos, incluso a los que no quieren ser representados ni defendidos por ellos. Pero la recompensa material de una condecoración no se puede denegar si los propios militares la proponen. Se trata de un reconocimiento justo y de una costumbre histórica. Entre ellos, a los burócratas me refiero, sí se reparten toda suerte de medallas y altas condecoraciones por el mero hecho de sentar durante años sus culos en los cómodos asientos de los coches oficiales.

El mayor riesgo al que se enfrentan es un pinchazo en el coche oficial y que se vean obligados a parar un taxi para llegar a tiempo a esa reunión en la que no abren la boca. Más respeto con nuestros héroes, vagos de pasillos, haraganes de asfalto. Pero no se preocupen. Ni los militares tienen como objetivo la gloria personal ni los militares se sienten ofendidos por el desdén de los que no tienen categoría para ofenderlos. Creo que fue Eduardo Marquina, en honor de los soldados de Infantería, el que escribió de ellos. «No hay a su duro pie, risco vedado;/ sueño no ha menester; quejas no quiere./ Donde le ordenan va, jamás cansado;/ ni el bien le colma., ni el desdén le hiere».

Todos esos valientes que se han quedado sin medallas por el desdén de los burócratas del Ministerio de Defensa no se han sentido heridos por la injusticia. Sus superiores, por el mero hecho de pedir para ellos la condecoración, han reconocido su abnegación, su sentido del deber y su valentía demostrada. Saben nuestros soldados que se mueven en un despropósito. Una guerra brutal que su Gobierno no quiere reconocer como tal guerra. Los ha mandado a pasear. Caen heridos o muertos por España en la lejanía. Que se metan los burócratas las medallas que deniegan por el culo.