Afganistán
Pakistán amigo hostil
La guerra no es cartesiana. Al contrario. Está llena de rocambolescas colaboraciones entre enemigos y tensiones entre amigos. El objetivo es vencer, la prioridad, sobrevivir. Tampoco Pakistán fue diseñado por Descartes. Nada realmente nuevo en el escondite de Ben Laden a plena luz del día. Sólo que ha quedado en evidencia que el rey estaba desnudo.
Nadie puede ya disimular. Los servicios militares de inteligencia o han sido colaboracionistas o incompetentes. Cualquier otra opción es tercio excluso. Y aunque el oficio de la inteligencia está inherentemente plagado de errores no es pensable la incompetencia en tal grado. No en un país en pie de guerra; en una pequeña ciudad de guarnición con seguridad redoblada; en una extraña casa, llamativamente discreta, de invisibles inquilinos. O eso parece.
Por afinidad y cálculo, elementos islamistas del Ejército utilizan y por tanto apoyan, incluso crean, a los yihadistas. Pero también los sufren y combaten. No son necesarios los ochenta muertos de la academia de guardias de frontera, junto al Peshawar de todas las intrigas, para demostrarlo.
Es un goteo diario y ha habido otros atentados de la misma magnitud. Fue posible por un garrafal fallo de seguridad. Los cadetes esperaban en el exterior los autobuses que los llevarían a sus casas por primera vez en seis meses. Así que la chapuza también cuenta.
Para ellos la prioridad absoluta es la India y aspiran a que Afganistán sea su «hinterland» y proyección estratégica. Para Estados Unidos es, ante todo, evitar que las armas nucleares caigan en manos islamistas y en segundo lugar que el país se eche en brazos de China, su único aliado incondicional, porque no ven incompatibilidades mutuas. Sólo en tercer lugar viene la lucha antiterrorista. Para los militares paquistaníes esa posición la ocupa la libérrima financiación de esa lucha. Desde el 11-S, 20.000 millones de dólares, 3.000 en el próximo paquete.
En el Congreso de Washington algunos quisieron cortarlo en ambas cámaras. Es jugar con fuego. Los paquistaníes, heridos, no están por ceder. Desafiantes, dan el nombre del jefe de la CIA en su país. No hay amor en el matrimonio y no todas las conveniencias coinciden, pero en lo que lo hacen, el mantenimiento de relaciones es indispensable. Habrán de capear la tormenta y reparar los desperfectos. Si consiguen alguna mejora, miel sobre hojuelas. Pero la extraña pareja tiene que continuar.
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