Berlín

Aeropuerto 2010

La Razón
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En las últimas semanas he intentado volar en dos ocasiones. En ambas me he quedado en tierra. La primera vez traté de llegar a Pontevedra. Estuve nueve horas esperando en el engendro megalómano de la T4, en elaeropuerto de Barajas, hasta que, en vista de que no alcanzaría a tiempo mi destino ni aunque se produjese un milagro tecnológico que me tele-transportase (tenía billete de ida y vuelta el mismo día), regresé a casa. Durante nueve largas horas –yo me fui, perocontinuaron así no sé cuánto más– en los paneles de Salidas cambiaban el número de puerta cada pocos minutos. Curiosamente, de un extremo a otro del fenómeno de la T4, que como todo el mundo sabe disfruta devarios kilómetros de extensión (la T4 se construyó en la etapa de la bonanza inmobiliaria, en la época de «yo la tengo más larga, la terminal»). Entre los pasajeros del vuelo había unos adolescentes conuna minusvalía que les impedía andar y ver correctamente, además de una excursión de jubilados que se apresuraban sofocados de una puerta a otra. Cuando llegaban sin resuello a la puerta que había sido anunciada, el panel ya había cambiado e indicada que la correcta, donde se estaba embarcando, se encontraba en dirección contraria, aunos pocos kilómetros de distancia. Pero todo era mentira, claro: el avión, durante las nueve horas de espera y desesperación, nunca despegó.Hace unos días traté de volar a Berlín. No subí al avión: las 7 horas de retraso con que salió el vuelo hacían ya inútil el viaje. Luegosupe que habían retenido a los pasajeros más de dos horas dentro del avión, en tierra, antes de despegar. Amén de los problemas coyunturales (huelgas, meteorología, volcanes, etc.) que puedan existir y que complican el tráfico aéreo, los aeropuertos se han convertido en un infierno «low cost» donde los viajeros somos tratados como chusma y sometidos a las más toscas, crueles y malandrinas iniquidades y mortificaciones. Con la «democratización» (abaratamiento) del precio de los billetes han rebajado también el valor de nuestra dignidad. Los aeropuertos son los templos de la humillación de masas. No sé si la seguridad se ha resentido con el abaratamiento de los costes a que obliga el de los billetes. Prefiero no pensarlo siquiera. Sí sé que nos han transformado en obligados pasajeros (personas) de bajo coste, y que lo gratis al final siempre se paga. Muy caro.