Crisis en el PSOE
Jarrones chinos
El ex presidente Felipe González se ha definido a sí mismo con más precisión que nunca: soy «un gran jarrón chino en un apartamento pequeño» –ha dicho–. Cierto. Un gran adorno –nadie le discute su grandeza de estadista– en un apartamento socialista cada vez más empequeñecido al socaire de las encuestas. Es más, de seguir así las cosas, la mansión de lujo que fue el socialismo en tiempos de Felipe acabará siendo, tras el paso de Zapatero, una solución habitacional de 30 metros cuadrados.
Y en ese diminuto pisito, Rubalcaba tendrá que colocar en breve dos jarrones chinos, el que había de González junto al nuevo de Zapatero. ¿Juntos? ¿Por separado, uno en el salón, otro en la habitación de al lado? ¿Uno en el dormitorio, otro en el trastero?... Rubalcaba ya ha dicho que quiere seguir los pasos de Zapatero y de González, o sea que el jarrón de este último lo va a recuperar para que adorne en lugar preferente. De hecho, el candidato quiere beber del socialismo obrero del puño y la rosa que rezuma el jarrón de Felipe.
Rajoy, tras perder las elecciones de 2004, bajó al trastero el jarrón de Aznar. El adorno neocon le incomodaba en su decoración centrista, aunque recientemente lo ha vuelto a recuperar. Es más, ambos ya han recompuesto sus relaciones personales, y Aznar anda como Pedro por su casa de coloquio en presentación, con la complacencia de Rajoy. Los tiempos soplan a favor de los populares y esto siempre ayuda.
Como en el socialismo las cosas pintan de color de hormiga, toda la familia tendrá que meterse en el pisito de 30 metros cuadrados, con la decoración incluida. Difícil convivencia. Por eso Felipe está que trina. Ahora es militante, pero poco simpatizante del partido socialista. Ahí es nada. A González no le gusta el socialismo de Zapatero, y no porque vaya a dejar el partido hecho unos zorros, que también, si no porque además no comulga con la enmienda a la totalidad que Zapatero hizo a sus catorce años de gobierno al llegar a la Moncloa. Zapatero le enmendó todo, porque siempre pensó que Felipe no había sido un buen socialista, sino sólo un modernizador. Había aceptado las reglas del juego de la Transición sin ruptura. No había echado cuentas a la Memoria Histórica. No había desenterrado a los muertos de la Guerra Civil. Y había comenzado metiendo a España en la OTAN, para terminar colocando a Solana en la Secretaria General de la Alianza y hacer la Guerra de Yugoslavia sin permiso de la ONU. Demasiadas tropelías para el rojo Zapatero. Por eso, la Historia le reservaba a él, al joven ZP, un hueco en la izquierda auténtica. Nada de lo anterior le servía, ni siquiera el grupo mediático, amigo de González. ¿Quién se sorprende, pues, de que Felipe no simpatice con Zapatero? Nadie. Ha sido y es un secreto a voces.
En esta rectificación histórica está Rubalcaba, amigo de los dos presidentes socialistas. En breve veremos dónde y cómo Rubalcaba coloca los dos jarrones que va a tener. ¡Nada menos que dos! Demasiado adorno, para tan poco sitio.
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