Sevilla

Faisán

La Razón
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Cuando escribo en los periódicos procuro evitar, en lo posible, los temas puntuales y moverme en el terreno de las ideas. Pero llega un momento en que un hecho puntual consti-tuye, por sí solo, el reflejo de una idea. Y si esa idea es escandalosa, subversiva, peligrosa, uno no tiene más remedio que decirlo. Así ocurre con ese ave de colorido plumaje que encubre realidades inmundas. Vino del río Fasis, en la actual Turquía. Los griegos lo aclimataron en Grecia, luego pasó a Roma, al final a nosotros y a otros sitios más. Lo buscaban por su carne sabrosa, sobre todo un poco «faisandée», un poco podrida. Pero pronto cobró mala fama. Aristófanes llamaba faisanes a los que otros llamaban sicofantas, chantagistas, calumniadores, practicantes del juego sucio dentro de una democracia. Eso sí, con plumaje aparente. Parece que sigue igual. No quiero entrar en el detalle, es bien conocido. Podrán decir que la versión de ETA no se ajusta a la verdad en tal o cual punto. Ellos no dan ninguna explicación, solo que están libres de mancha. Pero hay algo que está más allá de cualquier duda: que hubo una negociación con ETA, con delegados suyos y todo. Y unos supuestos mediadores. Y que tras el atentado de la T4 habían, sí, detenido a terroristas, pero habían negociado. Y habían pregonado con mil altavoces que jamás iban a hacerlo. Un «accidente», la muerte de los dos ecuatorianos, había cortado la negociación, nunca más la habría. Pues la hubo: de un lado, selectivamente, apretaban el tornillo a los terroristas, de otro les ofrecían un paraíso de esperanzas. Mefistófeles y Maquiavelo se quedaban pequeños a su lado. La verdad es la verdad, aunque la diga el PP. Ya saben: «Amicus Plato sed magis amica veritas», amigo es Platón, pero más amiga es la verdad. Esto lo decía Aristóteles, pero no la cúpula de nuestro Gobierno.

Yo no pertenezco ni he pertenecido nunca a ningún partido. El 7 de enero de 2005 escribí en «Abc» una «Carta abierta a Rodríguez Zapatero», en ella denunciaba el error de la negociación. Lo he dicho muchísimas veces y lo han dicho muchísimos otros. Pero Zapatero es un hombre que no aprende, sigue su idea, por fantástica que sea, hasta que se estrella. Y si se estrella pasa a otra cosa, como si nada, nunca se disculpa. Ni la muerte de los dos ecuatorianos, a los que tanto debemos, le hizo reflexionar. Paró un momento, luego volvió a las andadas. Dijeron, él y los más cerriles, que González y Aznar habían hecho lo mismo: pero cambiaron en cuanto vieron la realidad de las cosas. González era un chico listo de Sevilla que creía que con hacer lo contrario de Franco, estaba bien. Pero cuando empezó a comprender cómo era el mundo pasó del «a la OTAN de entrada no» a entrar en la OTAN. Sabía aprender a rectificar. Yo le oí en una comida que a la ETA había que dejarle salvar los muebles. Pero tuvo los ojos abiertos y vió que la ETA no lo aceptaba. Obró en consecuencia. Y Aznar, en cuando le tomó la temperatura, hizo lo mismo. Deberían no haber entrado en el juego, pero se salieron en cuanto vieron que era juego sucio. No comparemos, pues. Zapatero, por desgracia, es diferente. Inasequible al desaliento, ya recuerdan, sigue y sigue. Lo importante no es lo que diga, es lo que hace. Y hace siempre lo mismo, sin remedio. Nunca he dudado de su buena voluntad: quería acabar con la ETA por su vía mirífica, y de paso eternizarse en el Gobierno. Los hechos que se oponían le eran transparentes. Lo malo es que, parece, tiene numerosos seguidores, lo mismo si gira a babor que a estribor. Algún arte de seducción tiene, sin duda. Y con algunos de sus partidarios tiene evidente éxito. Se lo perdonan todo. Y no lo comprendo. Acompañaba la negociación con mil presiones sobre el sistema judicial, con mil cerrar los ojos ante lo que pasaba, ante su propia leniencia con los terroristas. El detenerlos o soltarlos no dependía de los hechos, sino de la negociación: de la presente o de la que preparaba. Las puertas de las cárceles eran giratorias, como eran giratorias las que cambiaban a un fiscal general por otro, a su conveniencia o lo que creía su conveniencia.

¿Y qué decir de Rubalcaba? Cuando fue ministro de Educación, yo era prácticamente el jefe de la oposición a la reforma educativa que cristalizó en la LOGSE del 90 y en los decretos subsiguientes. Debatimos largamente. Le encontraba una persona inteligente y razonable, respetuosa en el trato, no decía esas cosas que ahora dice. Hacía incluso concesiones, algunas conseguimos. Aunque al final sacaba lo esencial. ¿Creía en aquellas patrañas pedagógicas que tanto daño han hecho y hacen a nuestra nación? ¿O era como aquel que cabalgaba un tigre y veía que lo mejor era seguir sobre su lomo? No sabría decirlo. Me resultaba extraño que un hombre de Ciencia aceptara presidir una degradación semejante. Ahora le sale al rostro y la garganta la reacción de alguien que se siente cercado y en peligro, que quiere seguir pese a todo. Es la reacción del «o ellos o nosotros». Claro que puedo equivocarme, no es un hombre al que yo sea capaz de descifrar. En todo caso, es bien claro que el partido socialista sigue aferrado a los dogmas pedagógicos, que en tiempos no tenía.

Ya escribí sobre esto en LA RAZÓN: ningún ministro de Educación es capaz de negociar sobre la Educación porque el pasado y los dogmas les oprimen. En lo demás también.