París

Un espíritu inclasificable

La Razón
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Nada más poliédrico e inasible que las vanguardias. Cualquier intento por reducirlas a un común denominador fracasará estrepitosamente. Éstas muestran un comportamiento esquizoide: son una cosa y la contraria, la revolución y la tradición, la libertad y el totalitarismo, la figura y su desolación. Siempre dejan una pieza suelta que dificulta todo el puzzle. De ahí que resulte complicado localizar nombres y situaciones que tengan capacidad de canalizar tantas y variadas energías y le otorguen cierta unanimidad a un espíritu o empresa. Sin duda alguna, uno de esos escasos y raros nombres –que, de igual manera, se podría definir como una «situación» incomparable en la historia– es el de Raymond Roussel (París, 1887-Palermo, 1933), escritor, poeta, dramaturgo y tantas otras dedicaciones inclasificables, a cuyo fascinante mundo le dedica el Reina Sofía una cuidada exposición.

«Impresiones de África» y «Locus Solus» –sus dos trabajos más influyentes y geniales– constituyeron la inagotable materia de inspiración de una atmósfera de rebeldía, de cuyo aire respiraron sensibilidades tales como Duchamp, Picabia, Man Ray, Max Ernst o Dalí. El híbrido hombre-máquina, los juegos delirantes de palabras y la fractura de la cadena sintáctica como soporte de sentido supusieron conquistas históricas sin las cuales resulta imposible concebir piezas maestras como el Gran Vídrio, los «readymade» o la erosión del cuerpo humanista llevada a cabo por el surrealismo. Si hubiera que apurar una definición que adjetivara el papel desempeñado por Roussel dentro de la red de las vanguardias podríamos identificarlo como el ingeniero encargado de diseñar toda la fontanería de este intenso periodo. Sin la notoriedad de un Duchamp o un Dalí, pero la suya fue una aportación decisiva a la hora de conformar la masa gris, responsable de la autoría intelectual de tantos avances decisivos en el mundo del arte. Nos encontramos, por tanto, ante una de las exposiciones del año en el mortecino panorama español.