Doctrina Parot

Un tigre no se hace vegetariano por José Luis Requero

Cristina Martín Sierra
Cristina Martín Sierralarazon

Los manuales de Derecho Penal dicen que la pena es, ante todo, un castigo: el delincuente paga con su libertad por el mal causado. También que la pena tiene un fin preventivo, bien para que ese delincuente no cometa más fechorías –prevención especial– bien para que la posibilidad del castigo disuada a otros de delinquir, que es lo que se llama prevención general; además, con la cárcel se aparta a una persona peligrosa de la vida en sociedad.

La Constitución manda que la cárcel esté orientada a reeducar y reinsertar socialmente al delincuente. El problema es qué hacer cuando ese delincuente, tras años de cárcel, ni se ha reeducado ni es reinsertable. Y no se piense que ese pertinaz malhechor es un asesino o violador en serie o un terrorista o un narcotraficante; puede ser un pequeño ratero que no concibe otro medio de vida que el delito. Hoy por hoy tiene que salir libre aunque ese fin reeducador o de reinserción no haya dado frutos.

Justificar esta realidad diciendo que impedírselo sería inhumano puede ser una arriesgada candidez que desprotege a las potenciales víctimas. Los años de cárcel habrán apartado de las calles a un peligroso delincuente que puede salir con la misma disposición al delito que tenía al entrar. Un tigre no se hace vegetariano tras años de enjaulamiento. Con esto no sostengo ningún determinismo implacable, todo lo contrario: creo en la libertad, por eso creo que hay personas que son, sencillamente, malas y hacen daño consciente y voluntariamente, por muchos equipos de psicólogos y reeducadores que se hayan aplicado con empeño en su regeneración.

Se habla de introducir en España la cadena perpetua revisable. No creo que sea inconstitucional, aunque, en realidad, ya no sé muy bien qué es constitucional y qué no. Por eso creo más práctico plantearse su utilidad pues, doctrina Parot al margen, lo cierto que hoy día con el máximo de cumplimiento de las penas se ha llegado a un punto de cuasiperpetuidad: cuarenta años efectivos de cárcel no son ninguna broma.

A la vista de delitos y delincuentes especialmente odiosos, a no pocos ciudadanos les escandalizan los resultados penales y penitenciarios de nuestra legislación, sin olvidar su aplicación judicial; la crónica negra está repleta de casos. Aun así y antes de hacer de la cadena perpetua una oferta electoral impactante, los próximos legisladores deberían tener cuidado de no contagiarse con la ligereza con que no pocos hablan de todo lo relacionado con la cárcel.

Mecanismo delicado
Un sistema penal es un mecanismo delicado y complejo: antes de ofertar su reforma debería debatirse mucho y muy seriamente sobre la utilidad, sobre el efecto disuasorio de la cadena perpetua, los delitos a los que se aplicaría y, en todo caso, en qué condiciones se iría revisando para hacerla compatible con el principio de humanidad de las penas. El riesgo de hacer de la cadena perpetua un cartel electoral es que, en la práctica, se salde más o menos con lo que ya tenemos, y que en ese empeño se haga un esfuerzo que daría mejores frutos si se emplease para tapar huecos, goteras y gateras del actual sistema penal y penitenciario.

José Luis Requero
Magistrado de la Audiencia Nacional