Ferias taurinas
Como en los viejos tiempos
Las Ventas (Madrid). Séptima de San Isidro. Se lidiaron novillos de Flor de Jara, el 1º y el 4º, con movilidad pero sin humillar, sin entrega; el 6º, bueno, el de más clase; 2º y 3º, malos y con peligro; el 5º, encastado y listo. Manuel Larios, de grosella y oro, pinchazo, estocada caída (silencio); bajonazo infame (silencio); estocada (aplausos). Jiménez Fortes, de azul y oro, estocada trasera, descabello (saludos). Víctor Barrio,de verde botella y oro, estocada caída, dos descabellos (saludos); estocada baja (vuelta al ruedo). Parte médico de Jiménez Fortes: «Herida en tercio medio cara externa muslo derecho con trayectoria de 20 centímetros, destrozos en músculos tensor de la fascia lata y vasto externo». Pronóstico «menos grave».
La emoción se instaló en los tendidos cuando Jiménez Fortes salió a parar al segundo. Y además de transitar en las primeras arrancadas del toro, navegó en las profundidades de la verónica, mecidas, arrastrado el capote, de perfecto embroque y caprichosas muñecas. Poco se le hizo bien a partir de ahí. Cuando llegó el momento del duelo, la frialdad de ideas de Fortes asustó al miedo. En el tercer pase. No crean que hubo que esperar más, a la tercera pasada por el izquierdo, el animal se coló, derecho, directo al bulto. Era como si topara frente al cuerpo, sin el gesto de querer coger. Jiménez Fortes siguió en el ruedo como si no pasara nada. Era su tarde. La suya, con nombre propio. Y se la iba a llevar de calle, aunque en un pulso arrebatador con Víctor Barrio, que tendrían a Madrid sin perder detalle. Los novilleros de antes. Sin segundos para reponerse, remontó cuerpo Jiménez Fortes y volvió presto. De tanto poner la cara volvió el Flor de Jara, amargo, de dura condición, imposible arrebato, a llevárselo por delante. El corazón en un puño, el ¡ay! un suspiro, valor a raudales hasta que le encontró la muerte. Y entonces, había pasado inadvertido, se fue andando, erguido, torero, por su propio pie a la enfermería donde tendrían que curarle de la herida. Cornada inadvertida. Silenciosa. De la que no sabríamos hasta después al ver que no volvía a salir de la enfermería para dar cuenta del quinto.
Víctor Barrio tenía muy claro que iba a pelear la tarde hasta las últimas consecuencias. Se fue en el tercero, compañero ya herido, al centro del ruedo para cara a cara a toriles enfrentarse a la suerte. Por tafalleras y en la media de rodillas que pretendía ser guinda de pastel, casi le envía directo al hule. Dos de tres. De tragedia pintaba la tarde. Briceño y el toro dieron un tercio de varas de manual. Emocionante. Ante el júbilo del público duró la ilusión menos de cuatro muletazos. En ese último ya lo tenía Barrio en el mismo pecho. Vuelco al corazón. Quedaban menos efectivos en el ruedo... Engañó el toro y no quiso emplearse en la muleta si no era para hacer presa segura. Apostó Barrio a tragarle el primero, un mundo había que echarle para el segundo, y un acto de fe era quedarse en el tercero. Para quitarse el sombrero, pero donde no hay.... En las mismas coordenadas se enfrentó al quinto. También por tafalleras en el centro del ruedo. Bien por Miguel Martín y Alberto Zayas, y Mateos en la brega. Aguantó al toro el viaje más razonable, más largo, sin mirar atrás, aunque la etapa nunca estaba asegurada. La espada se le fue un tanto abajo. Hubo petición y tuvo que conformarse con la vuelta. Su actuación y la de Fortes es siembra para el futuro de la Fiesta. Sí hay novilleros.
Manuel Larios se llevó, por Fortes, el toro más noblón del encierro, único, el sexto. Con éste estuvo en mejor son y dejó pasajes con cierto empaque. Primero y cuarto se desplazaron sin humillar, por arriba, con mala clase, pero con los dos tigres con los que se había encerrado, quedó su paso por Madrid demasiado desdibujado. Fortes y Barrio habían venido a Madrid como en los viejos tiempos, a revientacalderas. Y se les esperará, toreros.
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