Barcelona
Chenel Nº5 por Andrés Sánchez Magro
El maestro Antoñete ha salido de escena para cerrar tal vez la parte más brillante del último tramo del toreo del siglo XX. Se ha muerto Antoñete, y tal vez todos hemos muerto un poco dejando en la memoria el toreo glamouroso. Antes fue torero en blanco y negro, de la época en la que viajaban en coches negros con botijo y los apoderados llevaban sombrero. Mataban nervios con un sempiterno cigarrillo en los callejones, como el que distinguió al torero de mechón blanco.
Chenel fue un torero añejo incluso de novillero, cuando alternaba con Pedrés, y en la Barcelona esplendorosamente taurina de entonces agotaba las taquillas. Torero de toreros, su sólo nombre concitaba el consenso sobre la clase y el toreo elegante. ¡Quién no recuerda esos muletazos largos, trayéndose al toro desde el centro del ruedo, embarcando la embestida y empapándose hasta detrás de la cadera! Torero de tantas épocas que ha sido un mito por sí mismo. El toreo fundamental, Antoñete ha sido espejo de los toreros que lo han querido ser dentro y fuera de la plaza. Ha tenido tantas vidas como el gato madrileño que siempre ha sido, amó mujeres, se fumó y bebió la vida, y es icono en sepia de una España que desgraciadamente cierra página. Desde su barrera del otro lado, seguramente encienda un cigarrillo y pida el cartel de la Feria de San Isidro.
Andrés Sánchez Magro
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