Andorra
Narciso en Gelsenkirchen por Lucas Haurie
Cuando se es miembro de un equipo, y mucho más si se es el capitán, hay que dejar el ego en casa. Raúl vivía desde hace años obsesionado consigo mismo.
Lo que no se le puede discutir a Raúl es que se trata de un gran futbolista. Seguramente de uno de los siete u ocho mejores jugadores españoles de la historia. Dicho lo cual, conviene recordar que la Selección abandonó su triste anonimato cuando él dejó de ser convocado porque en su inevitable declive anteponía su lucimiento personal a la progresión del colectivo. Pasaba lo mismo en el Madrid y por eso le encargaron a Mourinho su liquidación. Cuando se es miembro de un equipo, y mucho más si se es el capitán, hay que dejar el ego en casa. Raúl vivía desde hace años obsesionado consigo mismo: con sus récords, con sus goles, con su leyenda, con su amenazada titularidad… y por eso tuvo que emigrar a donde nadie le discute su condición de macho alfa del vestuario.
Media hora después de propulsar al Schalke 04 a las semifinales de la Liga de Campeones, el entorno de Raúl se apresuró a resaltar que ya había superado las plusmarcas de partidos y goles en la «Champions» ostentadas por Maldini e Inzaghi. Una triunfal visión personalista de la temporada del club alemán, que está resultando una catástrofe a la que no se ha sustraído siquiera la destitución del entrenador que lo fichó por un oscuro asunto de comisiones. Pero, ¿qué importa que la institución que me paga se hunda en el escándalo cuando mi mito sigue creciendo? Profesional de vida ascética y de incuestionable eficacia, Raúl podrá seguir en activo hasta los cincuenta años. En un par de veranos, fichará por el campeón de Andorra para seguir engordando su cifra de goles y partidos de la Liga de Campeones, incluidos los de la fase previa que se disputan en julio.
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