Cohen embruja Madrid

«No sé cuándo nos volveremos a ver, pero podéis estar seguros de que nosotros vamos a dar todo lo que tenemos». Así empezó su concierto Leonard Cohen, y se puso de rodillas para cantar «Dance me to the end of love», y su voz susurrante envolvió un Palacio de los Deportes abarrotado. Cohen ya no es ese seductor de infinita hambre sexual, ese conquistador por derribo, pero tiene un aura y un magnetismo incomparables. Con su silueta frágil, su traje impecable, el sombrero de ala corta y los zapatos lustrados, desgranó su profundo repertorio con pausa, logró intimidad en cientos de metros cuadrados. contribuyó a eso sin duda la excelente banda de instrumentistas que le acompaña, con el barcelonés Javier Mas a la cabeza, que estuvo grandioso y logró un silencio absoluto durante su solo de guitarra flamenca que cobró resonancias épicas. Sonaron «Bird on a wire», «Sisters of Mercy», «Amen», «Going home» (gusta mucho «Old ideas», el último disco, en España) y se escaparon algunos «¡Bravos!» a pesar de que nadie perdió la litúrgica compostura. Y llegó «Suzanne», en la oscuridad absoluta, y «Take this waltz», su homenaje a Lorca y enlace con Morente. Emoción y embrujo del viejo profesor.