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Presidencia del Gobierno

Normalidad y socialismo por José María Marco

La Razón
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España es un país poco conservador en cuestiones importantes. La cultura española, tan rica, tan amplia, tan seria, no cuenta: el Estado no la enseña ni la difunde. También en política, y no digamos ya en costumbres, la vida española ha cambiado aceleradamente en los últimos treinta años. Ningún otro país en Europa abraza las novedades con tanta alegría. En cambio, los españoles solemos gustar del pasado en cosas menos relevantes. Los españoles no vamos mucho a misa, pero tendemos a casarnos por la Iglesia. Y los hijos de los españoles pueden desconocer quién es Gracián, no haber leído el Quijote o no haber ido nunca al Prado, pero sus padres les habrán inculcado, sin duda alguna, las virtudes del hablar a gritos o las de la tortilla francesa.
Otro tanto puede decirse de las organizaciones políticas, como los partidos o los sindicatos. Ante la crisis del socialismo postzapateril, muchas voces reclaman un PSOE fuerte y consolidado. Lo hacen en nombre de la estabilidad del sistema y, al parecer, con la vista puesta en algún posible pacto social y político que nos ayude a salir de la crisis económica e institucional en la que nos encontramos. La propuesta sería digna de ser tenida en cuenta si el PSOE fuera de verdad un partido dispuesto a llegar a acuerdos con su adversario político, abierto al diálogo y a la negociación, con un discurso nacional. No es así, por desgracia, y no va a ser así en mucho tiempo. El PSOE funda su posición en un relato mítico según el cual él trajo a España la democracia y la libertad. Fuera del socialismo no hay nada.
Tampoco lo hay fuera de los sindicatos, que no son –ni han sido nunca– organizaciones sociales dedicadas a la defensa y a la promoción de los intereses de los trabajadores. Los sindicatos españoles son «lobbies» políticos cuyo objetivo es implantar en nuestro país un modelo –socialista– de relaciones sociales. El resultado es el que vemos hoy. En lo político, el PSOE aparece hoy como un partido sin proyecto español. En lo sindical, los resultados aparecen en las cifras del paro –gran éxito socialista–, así como en el recurso compulsivo a un instrumento de orden puramente político, como es la huelga general, ajeno a una sociedad avanzada y plural como es la española.
Por eso, lo mejor que podría pasar no es que el PSOE o los sindicatos de clase vuelvan a consolidarse. Lo mejor que podría ocurrir es que fueran sustituidos por organizaciones modernas, relevantes para alguien más que para sus propios miembros, y capaces de presentar alternativas realistas y abiertas a la discusión, no puramente propagandísticas e ideológicas. Eso es lo que ocurre en lo que se llamaba países «normales», los que un tiempo fueron nuestro modelo.