Estados Unidos
Qué crisis del euro por Norbert Walter
¿En qué consiste una crisis? ¿Es el declive económico sostenido, altos niveles de desempleo durante un largo tiempo, pobreza, inflación galopante, la caída en picado de la tasa de cambio, déficits fiscales, altos costos de los préstamos y disfunción política? La mayoría estaría de acuerdo en que existe una crisis si sólo algunos de estos «índices de miseria» están presentes. Pero, si bien existe la percepción de que Europa se encuentra en plena crisis, sólo un puñado de ellos están presentes y en sólo unos pocos países de la Eurozona. Entonces, ¿por qué hay una crisis en la eurozona y qué la define? Una y otra vez, se argumenta que la moneda única no se ajusta a las diferentes necesidades de sus países miembros, y que en última instancia las divergencias económicas se harán insostenibles y harán necesario el abandono del euro.
Entre las divergencias fatales que se citan con mayor frecuencia se hallan las diferencias en las tasas de crecimiento, creación de empleo e índices de desempleo, así como las dramáticas disparidades en las balanzas de cuenta corriente, factores todos que se pueden relacionar en su origen con amplias desviaciones en los costes laborales unitarios. Las percepciones sobre estas divergencias producen considerables primas de riesgo sobre los países con problemas, lo que genera inevitablemente la aceleración de la fuga de capitales a lugares seguros. Todos estos acontecimientos se pueden ver hoy en la eurozona, en particular en sus países periféricos. Las primas de riesgo comenzaron a elevarse por encima de los niveles benignos en 2009, luego con más fuerza en el período 2011-2012, al tiempo que la fuga de capitales se tornó incontrolable en el 2011. Pero, al considerar las causas subyacentes a los movimientos de capitales de este tipo, las sospechas también deberían recaer sobre las políticas insostenibles en los países que no forman parte de la eurozona. En la Unión Europea ampliada, países como el Reino Unido o Hungría están tan afectados por deficiencias estructurales como algunos países periféricos de la eurozona. La flexibilidad cambiaria no les ha ayudado mucho, o al menos han optado por no explotarla. Más aún, hay países con una carga de deuda pública tan grande, si no mayor, que los de la periferia de Europa: Estados Unidos y Japón son los principales ejemplos. Otros países, como Noruega y Suiza, tienen superávits de cuenta corriente que sobrepasan el 10% de su PIB, pero se resisten a la revaluación de sus monedas.
Vale la pena recordar que, durante la década previa a 2005, se llamaba a Alemania «el enfermo de Europa». No era competitiva cuando entró en la eurozona, debido a los aumentos excesivos de precios y salarios tras la reunificación del país, problema que ha sido superado desde entonces por las reformas estructurales que emprendió dentro la moneda única. ¿Por qué, entonces, hay tantas dudas de que el euro pueda sobrevivir? Algunos dicen que los actuales esfuerzos para hacer cumplir políticas adecuadas en los países periféricos están condenados al fracaso, y que sacrificar la democracia en estos países para mantener intacta la unión monetaria es un precio demasiado alto. De hecho, los esfuerzos de los gobiernos e instituciones internacionales señalan el camino hacia soluciones más sostenibles. ¿Quién hubiera creído a estas alturas del año pasado que el pacto fiscal aprobado en marzo habría sido posible? Y, a pesar de las fluctuaciones, ¿no ha habido una considerable reducción en las primas de riesgo de los países en problemas, sin aumentar los costes de financiación de los países donantes?
Hay mucho que aún no sabemos. ¿Estamos viendo señales tentativas de escape del malestar de la eurozona? ¿Pueden los países deudores cumplir a cabalidad con los duros programas de reformas, o sus ciudadanos rechazarán la austeridad? ¿Y evitarán los países donantes el tipo de reacción populista que podría empujarlos hacia el proteccionismo? La cooperación inteligente que evite el riesgo moral debe ser capaz de evitar el pánico, reducir las primas de riesgo y permitir un mayor uso de los recursos. Por ejemplo, sin duda los flujos de migración transnacional deberían ser más fáciles y más atractivos. Los altos niveles de desempleo, particularmente entre jóvenes trabajadores cualificados, podrían evitarse si los países donantes que necesitan inmigrantes para vigorizar sus propias fuerzas de trabajo fueran capaces de atraerlos. Una mayor inmigración ayudaría a fortalecer las habilidades y elevar los niveles de ingresos, al tiempo que reduciría el gasto en prestaciones por desempleo de los países con problemas.
¿Se comprometerá Europa a avanzar hacia la unión política, y así hacer frente a lo que falta por hacer, a pesar del mercado único, el euro y la eliminación de fronteras interiores del Acuerdo de Schengen? El modelo para un futuro Estados Unidos de Europa es Suiza, un país con cuatro idiomas y grupos étnicos, unidades subnacionales (cantones) sólidas en lo fiscal, una moneda de primer nivel, y un gobierno federal y un parlamento que ejercen una verdadera (si bien limitada) autoridad fiscal.
Si la UE ejerciera la mayor parte de las competencias que ya posee y se rigiera con mayor eficacia, la Unión en su conjunto podría lograr un mayor crecimiento económico a lo largo de la próxima década. Es esencial que los países en problemas reciban niveles de ayuda más generosos, ya que se debe preservar el euro (aunque no necesariamente sobre la base de una eurozona más grande).
Los mercados financieros se convencerían más fácilmente si ese apoyo se complementa con la aceptación del pacto fiscal por parte de los países beneficiarios, junto con la ayuda técnica para fortalecer su gobernabilidad. En el caso de Grecia, para acelerar el ritmo de la modernización deben cooperar autoridades estadounidenses de lucha contra la corrupción, italianos especialistas en eficiencia fiscal, expertos alemanes en privatización y profesionales españoles del turismo. Todo esto equivale a un muy necesario Plan Marshall para la periferia. Pero también reconoce que lo que más necesitan los países con problemas de Europa no es dinero, sino planificación y capacidad administrativa para gastarlo con eficacia. En la última década, Grecia pudo absorber apenas una quinta parte de los fondos de modernización que la UE tenía disponibles para ella. No tenía por qué ser de esa manera entonces, y Europa no puede darse el lujo de permitir que siga siendo así hoy.
Norbert Walter
Fue economista jefe del Deutsche Bank Group y presidente de Deutsche Bank Research
Copyright: Project Syndicate, 2012
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