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Autoridad y potestad por LUIS SUÁREZ
Nuestros políticos de hoy tienen ante sí una gran tarea: la de rescatar esa gran calidad de la nación española. Europa nos necesita, como nosotros a ella
Ahora que la victoria completa del PP parece iniciar en España un enderezamiento de la ruta, es importante que hagamos ciertas reflexiones sobre nuestra conciencia histórica. A ello debe ayudarnos el importante documento recientemente publicado por la comisión «Iustitia et Pax», del Vaticano, que amplía algunas de las ideas que el Papa incluyera en sus discursos, especialmente los de Alemania y África. Se están haciendo esfuerzos para conseguir una especie de universalidad de la economía, pero no se tiene en cuenta el más necesario de los principios éticos que deben orientar las conductas. Se propone en consecuencia buscar la fórmula de alguna especie de organismo, como ya se intentara en principio por Naciones Unidas, que establezca los principios constitucionales a los que deben acomodarse en su conducta los poderes políticos. Pues sin un comportamiento ético en factores esenciales no será posible superar esta depresión.
Muchos creen que la palabra constitución es un invento de la Revolución francesa. No es cierto. Constituciones, en la Edad Media, eran aquellas leyes que dictaba el emperador, en cuanto cabeza suprema y que se convertían en legítimas una vez que la Iglesia las confirmaba. Todos los reinos de la cristiandad aceptaban sus previsiones, no como un mandato, sino como una regla. Los grandes pensadores de aquel tiempo, invocando la memoria de Roma, hicieron la distinción entre autoridad y potestad. Según ellos, la autoridad es un bien: señala lo que debe hacerse y si todos los hombres fueran capaces de cumplir sus normas, no sería necesario emplear el poder o potestad. El poder es, en esta línea de pensamiento, un mal menor necesario. Cuanto menos poder haya que usar, mejor.
Los que la revolución, mejor diríamos las revoluciones, han puesto en marcha es un proceso distinto: ahora la potestad se ha hecho dueña de la autoridad. Es decir, aquellos partidos que se alzan con el poder establecen los principios a que los ciudadanos debemos sujetarnos, saltándose la frontera de los derechos que corresponden a la naturaleza humana, y ellos mismos se encargan después de ejecutarnos. A lo que el documento pontificio se refiere es precisamente a esto. De alguna manera sería preciso disponer de un órgano de autoridad de dimensiones mundiales. O por decirlo mejor, de unos principios constitucionales éticos que todo el mundo se comprometiese a tener en cuenta. Pero los políticos deben poner en esto mucha atención: autoridad no significa autoritarismo, ya que este último, al convertirse en superlativo, correría el riesgo de degenerar en una enfermedad.
El término Partido Popular fue creado en el siglo XX por don Sturzo, respondiendo a las advertencias vaticanas que no gustaba del otro, democracia cristiana, ya que se daba con ello la impresión de que cristiandad era un mero calificativo y, también, que los católicos no tenían otra opción que ella. Pueblo, «populus ataque senatus», se decía en la antigua Roma, somos todos, los que con su voto han ganado, los que han perdido y, también, los que permanecieron en silencio. Y los problemas afectan a todos. Por eso la recomendación esperanzada a quienes ahora empiezan la ardua tarea de gobierno no puede ser otra que ésta: cuenten con todos y a ello se debe acudir para levantar el futuro. España es una nación grande que en un momento clave supo coordinar unidad con pluralidad y se adelantó a muchos otros países en le avance sistemático.
Isidoro fue el primero que sentó la idea de que la ciencia es para conocimiento de la Naturaleza y no para la utilidad material, que legítimamente se deriva. León fue el primer reino que suprimió la servidumbre abriendo paso a la libertad general. Aquí se iniciaron los movimientos de paz y tregua que iban a limitar los daños de las guerras. Nacieron las Cortes que han servido de modelo a los Comunes británicos. Se descubrieron los derechos de gentes que no admiten distinciones de estirpe o de color. Se dio valor positivo al mestizaje, creando nuevas naciones en América que ahora son la vanguardia hacia el futuro. Y todavía muy cerca de nosotros, Ortega y Gasset explicó que progresar, en el caso de los seres humanos, no consiste en «tener» más, sino es «ser» más.
Nuestros políticos de hoy, a los que quiero enviar desde aquí una adhesión calurosa, tienen ante sí una gran tarea: la de rescatar esa gran calidad de la nación española. Europa nos necesita, como nosotros la necesitamos a ella. Pero cuentan también con un patrimonio heredado de enorme riqueza y valía. A él pueden y deben acudir para encontrar las soluciones a los problemas que nos aquejan. No puede olvidarse que, por encima de todo, está la solidaridad, aquella que se construye sobre el afecto recíproco.
Autoridad y potestad deben mantenerse siempre separadas. Una buena Constitución es aquella que marca los deberes de los ciudadanos y no entra en las menudencias de la administración que necesita sus propias leyes. Fundirlas en una sola cosa, poder, como ahora se hace puede constituir un grave error. Como lo es, de manera especial la tecnificación de la enseñanza. Si seguimos empleando el término educación es porque nuestro subconsciente no olvida que de lo que se trata es de formar seres humanos, hombres y mujeres sin minusvalorar sus diferencias, porque de este modo la sociedad puede construirse a sí misma. Tras la que llamamos violencia machista no hay otra cosa que la destrucción del principio ético de ese amor y respeto entre los dos sexos, que son un regalo de Dios.
LUIS SUÁREZ
De la Real Academia de la Historia
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