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La Razón
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Lo que empezó con insultos, con furia y con sangre, los años de gobierno de Zapatero, terminan con abucheos y con el aplauso gélido, entre distante y ansioso, de sus compañeros de partido. Entre los dos momentos median ocho años que no han servido de nada. Hemos retrocedido en prácticamente todos los órdenes. España está más debilitada, nos hemos empobrecido y estamos peor preparados para enfrentarnos a la recesión y a la gigantesca mutación económica que está teniendo lugar desde el 2008. No tenemos capacidad de influir en los cambios que se producen en la escena internacional. Estamos más divididos y más enfrentados: Zapatero ha jugado con una nación en la que no cree, con los recuerdos de todos, con los pactos que entre todos habíamos alcanzado y que nos habían permitido emprender un nuevo camino de convivencia, de prosperidad y de influencia. La ejecutoria de Zapatero ha sido tan destructiva, él mismo ha hecho tanto daño con su rencor, sus mentiras y sus arbitrariedades que se necesitarán varios años no ya para mejorar, sino para volver al punto en el que nos encontrábamos en 2004. Lo peor es que, para el PSOE, todo esto resulta inútil. Sigue siendo un partido de pura oposición, que se considera el único legitimado por la historia y la ideología, sin la menor voluntad de autocrítica que el resto de los españoles hicieron hace más de cincuenta años. El PSOE, y con él los sindicatos y la izquierda política, no han aprendido la lección de estos años de zapaterismo, ni lo que el zapaterismo significa como desplome del socialismo histórico español, una mentalidad –más que una ideología– antisistema, antiliberal, nada respetuosa con la democracia, resentida, desconfiada de todo. Lo lógico sería que de esta crisis saliera un nuevo partido, homologable con los europeos. No será así. Empezamos a librarnos de Zapatero, pero no de este socialismo nuestro, brutal y primitivo, del que el zapaterismo habrá sido un avatar más. A ver cuál es el próximo.