Colombia

CRÍTICA DE CINE / «Los colores de la montaña»: Guerras invisibles

Director y guión: Carlos César Arbeláez. Intérpretes: Hernán Mauricio Ocampo, Nolberto Sánchez, Natalia Cuéllar, Genaro Aristazábal. Colombia, 2010. Duración: 88 minutos. Drama.

Guerras invisibles
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Esas guerras invisibles, de las que apenas se habla, también se cobran víctimas. El conflicto entre las FARC y el ejército colombiano está durando mucho más que la guerra del Golfo o la de Irak, pero queda diluido en el contexto histórico de un país que ha tenido que convivir a la fuerza con la violencia. No es que el debutante Carlos César Arbeláez haya hecho una película didáctica sobre ese conflicto explicando las razones de cada bando. Casi que ha hecho lo contrario: adoptar el punto de vista de los niños de un pueblo amenazado le ha permitido cultivar una opacidad política que le permite igualar a los guerrilleros y a los militares sin tener que tomar partido por ninguno. Todos son sombras de muerte que la infancia observa primero con despreocupación, luego con coraje.

Un balón en un campo de minas se convierte así en un símbolo. Los adultos prohíben a los niños que pisen el terreno minado, pero los niños, inconscientes, hacen todo lo posible por recuperar la pelota. Es su forma de aspirar a la normalidad mientras el cerco se cierra y sus padres deciden resistir o exiliarse, siempre con el miedo en el cuerpo. Manuel (Hernán Mauricio Ocampo), el hijo mayor de una pareja de campesinos, no parece tener miedo. Inasequible al desaliento, es un héroe sin saberlo, y también lo son sus compañeros de juego.

Resulta un acierto que Arbeláez haya escogido sus ojos para explicar una situación que no necesita explicaciones, la de la disolución de una comunidad rural en tiempos de cólera. Cabría reprocharle a Arbeláez haber hecho una película demasiado hermosa, demasiado serena, como si la espontaneidad de la mirada infantil –todos los niños, por otra parte, están estupendos– no hubiera llegado a impregnar la puesta en escena de «Los colores de la montaña». Demuestra falta de confianza en su propuesta, como si hubiera querido imponer un tono poético a su fábula desde el exterior, sin darse cuenta de que la infancia le había hecho todo el trabajo.