Historia

París

Presunto inocente

Tras ocho años de libertad provisional bajo fianza me juzgaron atendiendo a una querella criminal de José María Ruiz Mateos.

La Razón
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Cuando me mandaron sentarme entendí inmediatamente qué es la pena de banquillo: pesado y duro, veteado de nudos y rajaduras y sin respaldo en el que retreparse. Todos miran cómo te esfuerzas por erguirte y no dar sensación de abatimiento culposo. Me absolvieron con todos los pronunciamientos favorables, pero desde entonces tengo el banquillo herrado en el culo como un infame galeote. Luego me lincharon en un intento de asesinato civil, pero ésa es otra historia.
Quizás por todo aquello ya demostré en otoño mi empatía con Marta Domínguez, nuestra mejor atleta, en el temor de que primero la crucificarían para matar el icono y luego le pedirían disculpas, inocente y marcada igual que Contador. Si tiras al suelo un jarrón chino, ya no lo puedes recomponer con pegamento.

El garantismo periodístico, policial, judicial y político es una leyenda urbana para justificar a irresponsables chismosos. No hay caso Marta Domínguez ni sustancias dopantes. No deseo caer en lo mismo, pero ¿y si Marta hubiera sido amiga de Lissavetzky y no simpatizante del PP? André Malraux operaba en la Resistencia como coronel Berger. Ante el pelotón de su fusilamiento gritó: «¡No soy el coronel Berger; soy André Malraux y puedo probarlo!». Suspendieron la ejecución, detectaron el truco identitario, pusieron fecha para una nueva fusilada y ese día el general Leclerc entró en París. Hasta los soldados alemanes entendían de tarde en tarde la presunción de inocencia que en nuestra España se traduce en disparar primero e indagar después.