Barcelona

Serafín convulsiona Barcelona

Última de la Feria de la Merced. Se lidiaron toros de Jandilla y Vegahermosa, 1º y 2º. Bien presentados, buenos 4º y 5º; el 6º, indultado. Media entrada. Se guardó un minuto de silencio por el 26º aniversario de la muerte de Paquirri.- Rivera Ordóñez, de azul pavo y oro, tres pinchazos, estocada (silencio); dos pinchazos, estocada (silencio).- El Cid, de azul pavo y oro, pinchazo, pinchazo hondo, descabello (silencio); estocada (dos orejas).- Serafín Marín, de azul celeste y oro, estocada caída (oreja); (dos orejas y rabo simbólicas).

Serafín convulsiona Barcelona
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Caminábamos calle abajo en la Gran Vía. El delirio se había apoderado de nosotros. Hecho nuestro. Atrás habíamos dejado la calle de la Marina, la esquina de la Marina donde viene a morir la Puerta Grande de la Monumental. Inmensa ayer. Henchida de emociones. Nos llenó a todos. Nos vaciamos después, como si el alma humana no pudiera albergar tantos sentimientos a la vez. Apenas unos minutos pasaban de las ocho y cientos de personas acompañábamos a Serafín Marín, ya para siempre el toreo de la senyera, que se ha partido el corazón a defender la Fiesta de los toros en Cataluña y en el mundo entero si hacía falta. Ayer toreó como sólo uno es capaz de soñarlo. Y en un sueño se convirtió todo lo que ocurrió en el sexto de la tarde. En la última corrida de la Feria de la Merced. Era el toro un señor toro, de descarados pitones y bellas intenciones, un bombón para degustar y un torerazo que nos ilusionó a cada momento. Brindó a Albert Rivera, de Ciutadans, y en ese mismo momento el público rompió a gritar «libertad, libertad», harta sí de prohibiciones y torturas políticas. Comenzó sin poder remediarlo un hechizo que no se rompió hasta horas después, ¿o perdura todavía? Quizá también mañana, y al otro. Historias para los nietos... Un «Yo estuve allí». Serafín Marín contuvo la respiración, la emoción de todos estos meses, sabía que lo tenía en la mano, y el toro quiso embestir y el torero más todavía y de uno y otro se derramó toreo del bueno, del caro, del que da sentido a toda esta historia. Encajado, relajado, entregado a la realidad menos real, al olvido del miedo, a la no percepción del cuerpo, al sentido de la distancia, a buscarse en el encuentro del tú a tú con el toro, con el público... Rodaba la tarde, el triunfo en la mano, a la media esquina de otro buen muletazo, que los hubo. Que no era el cuento del éxito del cariño. Serafín Marín toreó. Conquistó y pulseó cuando al toro le faltó y perfeccionó ese trayecto que acabó por ser un viaje al infinito camino al cielo. Nunca jamás tan acompañado. Cuando cogió la espada, para acabar con la obra, pidió la gente el indulto, a mi parecer excesivo, había sido buen toro, buen compañero de viaje... El público lo quiso... Y para Marín las dos orejas y rabo y una salida a hombros fervorosa, emotiva, entregadísima, apasionada, Albert Rivera a hombros, también Rafael Luna... Lo nunca visto. Antes, Alicia Sánchez-Camacho se había llevado el otro brindis de la tarde. El primero de Serafín. De un toro que no le aguantó. El Cid, que también había cortado las dos orejas, les dejó su sitio. Las logró del noble quinto en una faena de más a menos y de cara a la galería. Más dificultades tuvo el segundo. Rivera se las vio con el noble cuarto y el inválido primero. Poca cosa apuntó para lo mucho que dio la tarde. Y lo más íntimo estaba por llegar. Ese camino al hotel de Serafín a hombros. Barcelona sacaba en procesión a su torero. Qué gran momento. «Hoy somos más», decía uno. Y eso que estamos heridos de muerte. ¿Será esto el cielo?