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Huxley el mundo nunca fue feliz

Puesto que «el pobre y viejo Infinito está muerto» y «Dios ha perdido su reloj en el desierto», sólo resta invocar al «Señor del Aquí y Ahora»... «todo lo demás / es vacío expuesto al viento».

La Razón
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Su fama como narrador de «Un mundo feliz» (cuyas alertas sobre el esclavismo voluntario han sido reavivadas, junto a su talante pacifista, por el 15-M), y como ensayista de orientalismo y percepciones alucinógenas, ha eclipsado su prolífica y plural obra literaria. Antes que nada, Huxley fue un fecundo y singular poeta, como muestra su obra al completo, publicada por vez primera en castellano, en edición bilingüe de J.I. Gómez López, quien realiza un esfuerzo ímprobo de acotaciones y un excelente estudio preliminar.

Escritos en su juventud, sobre todo en sus años de estudiante en Oxford (donde denuncia «el mal del listillo»), en sus poemas levanta la espita de la olla a presión que era la Europa de entreguerras y preludia su nomadismo existencial y legado libertario. Su simbolismo sensorial es afín a la coralidad erudita y ventrílocua de su amigo y condiscípulo T.S. Eliot, pero más enraizado en la paganía que profesa a sus venerados Baudelaire y Laforgue.

Como el «Topo», título de uno de sus poema, conmina a «excavar y excavar», en un viaje que será, al cabo, al interior de uno mismo. Los paisajes que enumera (como su soneto «Almería») son, así, emblemas del aperturismo mental y autocreativo que propugna, en pos de conciliar naturaleza, alma y cuerpo con la belleza de cada instante presente. Para su mundo patas arriba, «el realismo está en el arte y en las letras, en todo, excepto en la vida».