Bruselas
El problema alemán
Europa parece haberse concedido agosto como periodo para la reflexión. Desde Bruselas se indicó ayer que la posible solución a la crisis de la deuda de las economías periféricas se pospondrá a septiembre y que con seguridad no habrá reunión del Eurogrupo hasta entonces. Se apuntala esa opción en el hecho de que no se esperan grandes tensiones en los mercados ni problemas de liquidez para países como España en estas semanas, sobre todo porque nuestro país ha colocado ya el 72% de la deuda que tenía previsto emitir para todo el año, y que los vencimientos importantes –30.000 millones de euros– no llegarán hasta octubre. No parece que Europa se encuentre en condiciones de cerrar por vacaciones, pero tampoco debemos dar por hecho que será exactamente así. Las actuaciones pueden demorarse, pero hay una labor relevante de trastienda para que lo que esté por llegar se encuentre más próximo a lo que pretende Bruselas que a lo que quiere Berlín. A buen seguro el Gobierno aprovechará para fortalecer sus posiciones y alianzas y debilitar las inflexibles actitudes de Alemania. La cerrazón del Gobierno germano, representado por el todopoderoso banco central alemán, es hoy un serio obstáculo para la estabilidad de la zona euro y el futuro de la moneda única. La negativa del Bundesbank fue lo que impidió que Draghi sacara adelante en el último consejo de gobierno del BCE su estrategia para regularizar el mercado de deuda pública y aliviar la posición de España e Italia. Alemania y Merkel demuestran su desconfianza y escepticismo sobre la capacidad de las economías europeas en problemas para cumplir con sus compromisos. Por eso, alienta un rescate con una dura condicionalidad que pasaría porque la UE y el propio BCE controlaran directamente la gestión económica y financiera de ambos países a cambio de intervenir sobre la prima de riesgo. Es una posición injusta y peligrosa también para Berlín, ya señalada por las agencias de calificación. Injusta, porque España ha hecho sus deberes, como así lo reconoció el FMI, y no puede ser cuestionada como si fuera incumplidora. Y peligrosa, porque nadie está libre del efecto contagio que podría recorrer la UE, y que inevitablemente afectaría a la zona euro y a la moneda. Pero Berlín debería también recordar el ingente esfuerzo europeo que soportó gran parte de la factura de su reunificación y cómo se toleraron los incumplimientos repetidos de Berlín del Pacto de Estabilidad y Crecimiento para favorecer así los decisivos ajustes del entonces canciller Schröder. Europa tiene respuestas, instrumentos y fondos para reconducir una crisis muy peligrosa para todos, pero Alemania debe ser capaz de superar fantasmas del pasado como la experiencia de la hiperinflación. Necesitamos más Europa, incluso Alemania. Si se persevera en una Unión de dos o más velocidades, la amenaza será sistémica.
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