Cataluña

Podría ser peor por Joaquín Marco

La Razón
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Hay que ser muy pesimista para llegar a suponer que la situación que atravesamos en España podría ser peor. Pero el Nobel Paul Krugman, profeta para algunos, auguró la catástrofe para el euro y los países que en él pretendan resguardarse. No carece de indicios. Porque, en efecto, las nuevas elecciones en Grecia no auguran, de momento, nada bueno. Tal vez aquel abortado referéndum de Papandréu no fuera tan descabellado, pero ya no hay vuelta atrás. El FMI confía en que su abandono sea por lo menos ordenado. Pero tampoco sabemos si el punto de mira de los mercados es la debacle helena o unos bancos españoles de los que ahora todo el mundo recela, ni parece sensato que el Gobierno despotrique contra el Banco de España. Nos asomamos al abismo, pero no hemos caído todavía en él. Guindos pedía misericordia a los países de la Unión, socios en teoría, aunque más atentos a los intereses nacionales de cada quien que al desplome del Sur. Krugman se atrevió, incluso, a profetizar un «corralito» para este país que recuerda la tragedia argentina. Llegaron a recuperarse, es cierto, pero todavía pagan por ello. Alcanzó, como ocurre siempre, a las familias con menor poder adquisitivo, porque los poderosos de siempre habían huido ya con sus dólares a otra parte. Pero Montoro, por una vez, habló alto y claro. Se alude en sordina de la fuga de muchos capitales griegos e hispanos hacia Suiza y Alemania, territorios seguros, sin olvidar Luxemburgo o las nunca suficientemente valoradas Islas Caimán. Porque la prometida eliminación de los paraísos fiscales del inicio de la crisis pasó a mejor vida. Sin rastros de esperanza, nuestra población contempla estupefacta el lento deterioro de su vida cotidiana. No sólo bajan los sueldos y se incrementan impuestos. Los llamamientos de la Cruz Roja desgarran el ánimo.

¿Hemos despertado de un sueño convertidos en más pobres y sin expectativas? Abandonamos hace casi medio siglo el concepto de progreso social indefinido que nos llevó en volandas hacia lo que debía ser el paraíso del futuro: pocas horas de trabajo, mucho ocio, nada de paro, toda suerte de lujos y comodidades. Ya no se nos permite ser progresistas, proyecto utópico y decimonónico. Y tampoco aparecen, por muchos «indignados» que se asomen a las plazas, alternativas a este capitalismo rampante que tiende, por propia naturaleza, a la especulación y produce estragos. El mundo no es como lo habíamos imaginado, pero es que los jóvenes de hoy ni siquiera pueden huir de esta realidad agobiante, de problemas casi diarios, hacia otra forma de vida. Se lamentan los profesores de que los adolescentes, a punto de entrar en el Alma Mater (valga la ironía), estudian con desgana o simplemente pasan el rato en las aulas provocando iras y decepciones en los ya penitenciados enseñantes. Oscilamos entre el modelo social estadounidense, que entendimos críticamente, en el que tan sólo los profesionales más válidos o la clase media alta gozaba de privilegios, y la apabullante sociedad china, en permanente crecimiento económico, donde convive la extremada riqueza con una pasable miseria mayoritaria. Pero si los estadounidenses se definen como democráticos y defienden libertades, los chinos mantienen el partido único, el socialismo de estado (mero escaparate de su corrupto y peculiar capitalismo), con los retratos del padre Mao en las actividades de masas. No hay «indignados» en China, salvo algún que otro encarcelado por razones ideológicas. A un lado o a otro del espectro no podemos dejar de ser optimistas, porque todavía podríamos andar peor. Un benéfico Hollande, partidario de una Europa global, lo remediará si las instituciones funcionan, el BCE deja de ser un elemento decorativo y llueven los eurobonos. El euro es nuestra divisa y nuestro castigo. El paraíso europeo abandona a su suerte la zona Sur, de la que siempre desconfió (entiéndase los PIGS y otros más). Nadie quiere dejar caer a Grecia, se dice, pero se abre la puerta para que se pierda tal vez en un nuevo dracma, si Krugman en mala hora tuviera razón. La idea de una Europa federal y solidaria ha quedado abandonada en el baúl de los recuerdos. Hablar de europeísmo a estas alturas de la crisis es mentar los arcanos. No creo que los españoles de a pie se desmadraran tanto en el consumismo, filosofía dominante a finales del pasado siglo. Fueron nuestras autoridades las que insistieron en el viejo proyecto de la vivienda propia, costeada a base de fáciles créditos bancarios, pero la idea venía del franquismo y aún de antes. En Cataluña, el President Macià preconizaba ya la casita y el huerto, ideal de todos los catalanes de preguerra. El alquiler se contemplaba como un grotesco despilfarro. Las autoridades económicas o los dirigentes políticos no quisieron advertir de que el desmadre bancario era excesivo y los Bancos son ahora nuestro problema fundamental, hasta que la Sra. Merkel descubra otra rendija pavorosa que pueda descomponer lo que reste. Pero todo podría ir a peor. Alegrémonos de que falte todavía un mes para que Grecia (casi turca la consideran algunos interesados) se hunda o se salve, bien recortada y, salvo los euroescépticos, el coro europeo entone en culto alemán fragmentos de óperas wagnerianas.

 

Joaquín Marco
Escritor