Estados Unidos
De la euforia económica a la depresión
La economía española ha pasado de ser un ejemplo mundial de gestión a estar al borde de la intervención
Las colas del paro se han convertido para muchos medios de comunicación internacionales en una imagen recurrente para ilustrar la situación que vive nuestro país en los últimos dos años. Sólo desde 2004, casi dos millones de trabajadores se han quedado sin empleo, la consecuencia más dramática de una crisis que, si bien es global, ha golpeado de forma más intensa nuestras estructuras ante la falta de previsión y reformas. La crisis hipotecaria en Estados Unidos y la caída de sus emporios financieros hicieron temblar los cimientos económicos mundiales en 2008, y el contagio de la desconfianza aceleró un ciclo recesivo del que los expertos aún no saben como se superará. Sin embargo, a diferencia de la crisis de 2003, de la que España casi ni se enteró frente a sus homólogos europeos, la economía nacional ha recogido ahora los frutos de su incapacidad para adaptarse al nuevo entorno.
Veníamos del milagro económico, ejemplo mundial de gestión reconocido en todos los foros, de la convergencia con Europa, de la estabilidad presupuestaria, de la exitosa entrada en el euro, del Tratado de Niza y una cuota de poder en la UE jamás soñada por un Gobierno español, del pleno empleo real y el crecimiento sostenido. Y hemos llegado a una situación embarazosa en la que los mercados apuestan a que nuestro país deberá ser intervenido como Grecia o Irlanda. Y todo ello en apenas dos años, en los que ha aumentado en casi 800.000 el número de hogares con todos sus miembros en paro, un 17,4% la deuda pública, casi un 60% la deuda externa, se ha desplomado la confianza de los consumidores en 27 puntos, ha aumentado la prima de riesgo en casi 250 puntos.
Todo el mundo recuerda el famoso debate entre Pedro Solbes y Manuel Pizarro antes de las elecciones de 2008, en las que el entonces representante popular le cantó al ministro de Economía las verdades del barquero sobre la necesidad de emprender reformas urgentes para afrontar con solvencia la que se nos venía encima. Pero entonces el Gobierno socialista decidió que no había crisis, que los populares eran unos «catastrofistas» y «antipatriotas» e incluso el propio José Luis Rodríguez Zapatero reiteró hasta la saciedad que era un simple bache y que alcanzaría su objetivo del pleno empleo en esta legislatura. Tras dos años de inmovilismo, en los que todos los organismos internacionales advirtieron sin éxito al Ejecutivo mientras éste gastaba sus energías en otras leyes supuestamente sociales, llegó el momento más dramático de nuestra economía en democracia.
Recuperar la confianza
El pasado mes de mayo, en pleno ataque especulativo a los países del euro, y tras el rescate a Grecia, España fue obligada de forma brusca a hacer todos los deberes que no había hecho antes. El propio Obama, Merkel, Sarkozy y Hu Jintao invitaron a Zapatero a actuar por el bien del rompecabezas económico europeo y mundial. Subida drástica de impuestos (IVA, IRPF), recorte de sueldo a los funcionarios, fin de los beneficios sociales («cheque bebé»), reforma laboral y abaratamiento del despido, impulso de la reforma de las pensiones para recortar las prestaciones, tijeretazo al gasto público, recorte de las inversiones productivas... Un hachazo que nuestra economía tardará varios años en digerir. Mientras, el sistema financiero ha afrontado su remodelación sin grandes aspavientos, frente a las intervenciones masivas de EE UU, Reino Unido y Alemania. Los tests de estrés de la UE así lo demostraron, y dejaron patente que lo que ocurría en España, frente a lo que muchos pregonaron, no era sólo una crisis financiera.
Con todo, el presidente Zapatero se ha visto obligado a renunciar a todos los «tics» de su programa electoral y a impulsar el mayor recorte de derechos sociales de la democracia. Y aún queda camino por recorrer. En los primeros meses de 2011 regresarán los ataques especulativos contra Portugal y España, un nuevo arreón que probará nuestras fortalezas en un entorno de más paro y crecimiento muy débil, en el que el consumo de los españoles seguirá bajo mínimos. Y en ese camino deberemos recuperar la confianza perdida.
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