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Alimañas

La Razón
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Cuando se pasa el asco que te provoca escuchar noticias sobre pederastia, abuso de menores y pornografía infantil, el siguiente sentimiento es la impotencia. Escuchar detalles sobre cómo un pederasta convence a un niño para intercambiar sexo por un juego de ordenador o como una niña de cinco años lo hace por un peluche o una bolsa de caramelos provoca una indignación que resulta nimia al pensar lo que se les pasará por el cuerpo y por la mente a los padres de las víctimas, más inocentes que nunca. Cuando además nos dicen que el fiscal solicita una pena de 3,5 años de prisión y tratamiento psiquiátrico para el principal sospechoso, un holandés de 37 años, la indignación se multiplica. Lo barato que sale abusar de menores y arruinarles la vida. En España lo sabemos muy bien gracias a decenas de nombres propios que no hace falta ni repetir porque están en la memoria colectiva. Hace unos meses se endurecieron las penas para los pederastas contemplándose incluso hasta los 15 años de cárcel y horas después de conocerse esta noticia se volvió a hablar de la cadena perpetua para los pederastas. Lo triste es que esta gentuza, enferma o no, no se amilanará pensando en la pena que le espera. Dicen que por cada usuario que distribuye pornografía infantil, hay 100 que la consumen. Internet es para ellos una puerta al paraíso donde pretenden esconderse como alimañas bajo falsas identidades, pasando inadvertidos a los ojos de amigos y familiares, y creyéndose a salvo de todo una vez abierta la veda. No lo están.