Puerto Rico
Una mala resaca
Dirección y guión: Bruce Robinson. Intérpretes: Johnny Depp, Amber Heard, Aaron Eckhart, Michael Rispoli, Giovanni Ribisi. Duración: 122 min. USA, 2011. Comedia.
Padre del periodismo «gonzo» (rocambolesco nombre con el que conocemos un estilo de reportaje que convierte al informante en parte activa de la historia, narrada desde la más absoluta y altanera subjetividad), el alcohólico, inteligente y combativo Hunter S. Thompson se quitó la vida de un disparo en la cabeza en 2005. Tenía 67 años, y a las espaldas dejaba una vida apurada hasta la última gota: ex soldado pésimo para recibir órdenes, candidato a «sheriff» por el condado de Pitkin, Colorado, como miembro del partido «Freak Power» (que perdió por muy pocos votos a pesar de todo), desarrolló su trayectoria profesional fundamentalmente en la entonces icónica revista «Rolling Stone» y un puñado de diarios deportivos. También le dio tiempo a escribir varias novelas delirantes, como «Miedo y asco en Las Vegas», adaptada al cine en 1998 por otro polémico iluminado, Terry Gilliam, y «El diario del ron» (en España también la publica Anagrama), que aterriza hoy por estos pagos con el título en plural, sólo los traductores saben los motivos. Depp (tan gran actor siempre, aunque ésta no vaya a estar entre las mejores interpretaciones del guapo Johnny) vuelve otra vez a meterse en el correoso pellejo del alter ego del excesivo Thompson, su amigo, al cabo, en un filme que da muchos rodeos pero camina hacia ninguna parte concreta y haciendo de vez en cuando eses igual que el protagonista, un reportero borracho que aterriza durante los 50 en Puerto Rico para incorporarse a un diario de tercera. Arropado por excelentes secundarios (desde un sudoroso y notable Ribisi, aunque un tanto pasado de vueltas, al atractivo Aaron Eckhart, que encarna un siniestro personaje al que tampoco se le exprime todo el potencial), Depp, o sea, Kemp, bebe litros de alcohol, se enamotra de una rubia fatal y abusa de cierta droga colirio en un filme de buena factura técnica, mientras va implicándose en los chanchullos inmobiliarios de varios peces gordos estadounidenses que quieren transformar la isla en un gran parque temático. Errática y demasiado mansa, le falta a la película ese punto salvaje y feroz que convirtió al propio Thompons definitivamente en un tipo singular. Tal y como ha quedado no llega nunca a provocar la resaca del espectador, lo que, frente a este tipo de producciones, resulta del todo necesario. Vamos, ni un triste dolorcillo de cabeza...
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