Lorca
María y el Maleno por Oché CORTÉS
María García y Juan El Maleno regentan una charcutería en Lorca, cerca del Huerto de la Rueda. A simple vista es un matrimonio de trabajadores que tiene pinta de haberse ganado lo que tienen con mucho sacrificio. Y también me dio la sensación de que todavía les amanece comprando el género para comerciar con los vecinos del barrio. Nada heroico. Lo que se dice, unos currantes de toda la vida, como cualquier español decente. El jueves andaba yo merodeando por los alrededores del campamento de refugiados, en busca de algo que llevarle a la boca a los compañeros que estaban cubriendo el desastre, cuando vi la tienda entreabierta y el cielo de par en par. Allí andaba El Maleno –apodo que heredó de su padre- agachando el lomo veterano para reponer en las estanterías el destrozo del terremoto. Y detrás del mostrador, María limpiaba, recogía, colocaba y atendía a su madre, que estaba en un rincón junto a la puerta, sentadas la pena y ella en una silla de playa. Le pedí jamón y unas cuantas latas frías, que Lorca aprieta lo suyo a la hora de sudar y de todo lo demás. Me atendió con el agrado que le quedaba y me fui de allí más contento que Bob Esponja. Pero, al rato volví y charlé con ella. Dentro y fuera del micro, fuera y dentro de mí. Porque me habló con palabras que sentí profundamente, sonidos de verdad dedicados a un extraño. María me dio su jamón y también su herida. Y la pupa de su madre, que lloraba recordando las cosas de su casa, que no podía entrar a buscarlas porque en la puerta había una señal roja como la cruz de El Amargo lorquiano, un doce de mayo en la ciudad a la que le habían crecido cicutas y ortigas del costado. Estas cosas sólo pueden hacerte mejor persona, porque pisar el cascote del dolor humano, te pone delante de lo que eres en realidad. Lorca vive y sobrevive como el Maleno, María y su madre, gracias a la categoría ejemplar de su mancha humana. Que haya alivio y sálvese el que pueda.
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