Damasco

Siria: el largo veraneo de 2012 por Alfredo Semprún

La Razón
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Con el fin del curso escolar, los sirios se van a la playa. Reza para todos, pero, especialmente, para los de la secta alauí, a la que pertenece el presidente Asad, cuyos hogares ancestrales se encuentran en la costa, en las ciudades y pueblos de Latakia y Tartus, y al pie de las montañas de Ansariya. Este año, cuentan los periódicos libaneses, los veraneantes viajan con los coches sobrecargados de maletas, y enseres como si supieran que la estación estival va a prolongarse indefinidamente. Y los analistas especulan con un escenario nada descabellado en el que los chiíes partidarios del régimen, los que tienen todas las papeletas para ser pasados a cuchillo en la ola de represalias que vendrá, se hacen fuertes en esa franja de tierra entre las montañas y el mar, esperando que el resto de los sirios, los suníes, los cristianos, los drusos y los kurdos; divididos a su vez entre religiosos y laicos, entre liberales y socialistas panárabes, se entretienen arreglando sus cuitas.

No sería la primera vez que se intenta la creación de un Estado alauí-chií en la costa de Siria. De hecho, entre 1922 y 1936 el colonialismo francés mantuvo una especie de autonomía denominada «Estado de Latakia», de la misma manera que había reservado Líbano para los cristianos maronitas. Luego, es sabido, los alauíes, menospreciados por sus vecinos suníes y condenados a una posición de servidumbre, consiguieron prosperar hasta hacerse con el poder en el Ejército y en la dirección del partido basista. Es decir, como los tutsis en Ruanda, se convirtieron en la clase dominante.

En apoyo de la tesis del repliegue costero se citan algunos datos. Por ejemplo, que el régimen está acumulando armas y municiones en la zona de Latakia y, muy importante, que en Tartus los rusos disponen de la única base naval en el exterior, en la que se apoya su flota cuando sale al Mediterráneo. Es un punto de apoyo estratégico muy importante para Moscú que, entre otros objetivos, trata de aumentar su influencia en Chipre, al olor de unos yacimientos petroleros y de gas recién descubiertos. Hay también otros elementos de carácter geoestratégico en abono de la especulación, como el que se refiere a que una Siria dividida y debilitada dejaría de ser una amenaza para Israel.

De todas formas, no parece que vaya a ocurrir mañana. Asad está decidido a mantenerse en Damasco y no ha dudado en desguarnecer las fronteras del Golán y de Irak para reforzar a las unidades de la Guardia Republicana que combaten en la capital, donde los combates del pasado fin de semana fueron de una dureza extrema, como atestiguan los periodistas occidentales que, en un giro de 180 grados en la política de propaganda del régimen, fueron llevados a visitar el escenario de una batalla, del todo punto descriptible: cadáveres, rebeldes prisioneros, miles de casquillos alfombrando las calles, carros de combate incendiados, casas desventradas por la artillería pesada, el minarete de una mezquita, desde el que disparaba un francotirador, convertido en un queso de gruyere... Nada, en fin, que no se haya visto antes.

Y mientras la guerra sigue, miles de sirios intentan ponerse a salvo cruzando la frontera o refugiándose entre los suyos. Porque, como en el Irak de la posguerra, en Siria también se está produciendo un desplazamiento general de la población de acuerdo a criterios étnico y religiosos. Pronto, los barrios mixtos serán un borroso recuerdo. Florecerán las milicias locales y, como ya ocurriera en Homs al principio de las revueltas, menudearán las expediciones de castigo y represalia entre los distintos bandos.

Es lo que están haciendo los «veraneantes» alauíes en Latakia y Tartus. Y hacen bien, porque no habrá piedad. Al coronel alauí que mandaba un puesto fronterizo con Irak, los rebeldes le amputaron las piernas antes de asesinarlo. Luego, fusilaron a los soldados que se habían rendido. Fueron testigos impotentes desde el otro lado de la frontera los guardias iraquíes.



Qué cosas más raras ocurren en la isla de Sicilia
El señor de la imagen es Rafaelle Lombardo, jefe del Gobierno autónomo de Sicilia, a quien Mario Monti exige que presente su dimisión para antes de que acabe el mes de julio. Parece que la bella isla mediterránea está en bancarrota, con una deuda acumulada de 21.000 millones de euros y un déficit sobre el PIB superior al 6 por ciento. Lombardo, cuyo antecesor en el puesto está en la cárcel por colaboración con la mafia, se dice dispuesto a aclarar todas las cuentas a plena satisfacción del primer ministro italiano. Entre otras cosas, debería explicar por qué en la sede del Gobierno autónomo hay más funcionarios que en el 10 de Downing Street o cómo es posible que su región tenga como asalariados a más guardas forestales –24.880– que la Columbia Británica canadiense, más extensa que toda Italia y cubierta de bosques. Qué cosas más raras ocurren en Sicilia. (Foto: Ap)