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Querido hijo
«Desde que sé de tu existencia empecé a amarte con locura, ¡imagínate lo que vivimos al sentir tus primeros movimientos! Fue en un avión, volviendo del Parlamento Europeo. Y, como nos dijeron más de una vez, no podíamos haber sentido por primera vez a «nuestro ángel» en otro lugar que no fuera el cielo. Todo se ha vuelto tan mágico y especial que no podemos imaginar lo que experimentaremos cuando en dos meses te tengamos entre los brazos. Tengo que reconocer que los nueve meses que nos dais los hijos para que podamos mentalizarnos y prepararnos como padres no están de más. Porque, aunque haya querido tenerte toda la vida y seas el mayor de mis deseos, los miedos asaltan cuando menos lo esperas. Y eso que jamás tuve miedo a nada, porque sé que es un lastre inútil y porque siempre he creído que lo que sucede es porque conviene.
Pero no puedo negar que ya comencé a comprender las preocupaciones que muchas madres son incapaces de disimular por evitar sufrimiento, dar lo mejor, construir un mundo perfecto para los hijos... Sin embargo, sé que esto es imposible. Que no puedo protegerte eternamente ni vivir tu vida por ti. Sé que, más que ser tu escudo o enseñarte a sortear el dolor, debo darte las herramientas necesarias para que aprendas de esas experiencias duras. Porque el dolor no se puede esquivar, está ahí para fortalecernos. Pero sí se puede aprender a manejar todas esas emociones negativas gracias a los pensamientos positivos. Eso es lo que he hecho toda la vida y, aunque hemos atravesado momentos francamente difíciles, el hecho de hacer una lectura optimista de ellos ha atraído a nuestras vidas acontecimientos maravillosos. Eso es lo que me han enseñado y eso es justo lo que quiero enseñarte a ti. Porque como dice mi querido y admirado Leopoldo Abadía, alguien a quien tienes que conocer, más que preocuparnos por el mundo que dejamos a nuestros hijos, hay que ocuparse de los hijos que dejamos al mundo. Leopoldo tiene doce hijos y más de cuarenta nietos; luego, además de saber mucho de economía, para poder sacar adelante a toda esa descendencia, tanto él como su mujer se han encargado de transmitir a sus hijos lo más importante: amor y fortalezas humanas. Dentro de esas fortalezas destacan el amor por el conocimiento, la valentía, la perseverancia, la honestidad, la generosidad, el sentido de la justicia, la capacidad de perdonar, la humildad, la gratitud, el sentido del humor, la espiritualidad...
Te cuento que no te colmaremos de regalos y quizás nos cueste evitar que cierto materialismo difícil de controlar en sociedades consumistas se apodere de ti y de los hermanos que queremos darte, pero estos valores son los mejores presentes que vas a recibir y los que agradecerás durante toda la vida, porque son los que te van a hacer fuerte e incluso inmune al desaliento. Porque a un interior fuerte no le asustan los retos ni las adversidades. Justo tu familia acaba de pasar por uno de esos dramáticos episodios, en este caso por ley de vida, y es que acaba de fallecer el único bisabuelo que ibas a conocer. Sin embargo, sé que la fuerza de mi abuelo Andrés se ha multiplicado según subió al Cielo y hará mucho por sus seres queridos allí donde está, libre por fin de dolores y lleno de paz y libertad. Mi consuelo es que, antes de irse, pudo sentirte a través de mi cuerpo y que tú tengas algo de él, porque alguien que se encargó toda la vida de repartir alegría, sonrisas, amor... siempre será nuestro referente»
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