Nueva York
Se intuye lagarta
No cabía en cabeza humana un comportamiento tan silvestre y tribal como el atribuido a Strauss-Kahn en un hotel de Nueva York. Por fuerte y persistente que sea la primavera en un hombre, nadie con dos dedos de inteligencia se deja vencer por una fogarada tan absurda. Además, que de comprar el amor, Strauss-Kahn podría haber adquirido por unas horas a la mujer más atractiva de Nueva York dedicada al viejo oficio de la contraprestación pasional. En tiempos tan buenistas y cursis es digno de homenaje mi hallazgo para denominar la práctica del puterío.
«Contraprestación pasional».
La chica que supuestamente padeció los excesos volcánicos de Strauss-Kahn, es del montón.
Por una mujer así no se pierde el Fondo Monetario Internacional, ni el prestigio, ni se va a la cárcel durante una decena de años. Otra cosa es Valeria Mazza o María Sharapova. Ahí no entro en juicios de valor. La empleada del hotel imaginariamente agredida por el multimillonario socialista francés no ofrece las características de una mujer que puede llevar a la perdición total a un hombre de sesenta años. Esto ha sido un montaje y se ha empezado a demostrar. Se intuye lagarta. Las mentiras continuadas de la humilde empleada han mosqueado a la fiscalía. Una camarera con cinco móviles diferentes es una camarera extravagante como poco. Una camarera que recibe en su cuenta corriente una transferencia de cien mil dólares proveniente de un narcotraficante, es una camarera confusa, como poco. En la actualidad, cualquier hombre poderoso puede sufrir una situación semejante a la de Strauss-Kahn. En principio, la denunciante siempre tiene la razón y el denunciado es el culpable. Si Strauss-Kahn, como se espera, ha sido víctima de una conspiración, nadie podrá quitarle la mancha de su estética de viejo verde derrumbado y destruido. Y peor aún. Su fama de conquistador jamás volvera a lucir. Un individuo que se juega toda su carrera política, todo su prestigio, todo su poder y toda su gloria terrenal por una mediocridad no merece figurar en la relación de los grandes seductores. Los decepcionados por el curso de los acontecimientos dirán que Strauss-Kahn ha conseguido la libertad gracias a las jugosas facturas que ha pagado a sus carísimos abogados. No es argumento válido. Si Strauss-Kahn no hubiera podido contratar a tan importantes abogados, la camarera no lo habría elegido como víctima. Ella sabía perfectamente quién era el alojado en aquella habitación. Se intuye lagarta.
En el partido socialista francés se ha celebrado la libertad de Strauss-Kahn. Tan sólo Ségolène Royal, la eterna perdedora, la Tomás Gómez de los socialistas franceses, se ha mostrado un tanto contrariada. Sin Strauss-Kahn, el socialismo francés podría haber optado en unas primarias por la pelmaza de doña Ségolène, porque en Francia a los socialistas les pasa lo mismo que en España, que no tienen gente con capacidad de generar entusiasmo. Y Strauss-Kahn, con sus miles de millones de euros puede hacerlo sin dificultad, que es sabido que el valor oro es el más preciado actualmente en el socialismo europeo.
Lo perverso de sufrir una experiencia como la presumiblemente padecida por Strauss-Kahn es que la sombra de la humillación y el desprestigio tarda en difuminarse. Nada me afecta el futuro del partido socialista francés, ni el del Fondo Monetario Internacional ni el de Dominique Strauss-Kahn, al que no tengo el gusto de conocer. Me afecta la victoria de la verdad, que intuyo más cercana al millonario que a la contradictoria camarera. Voilà.
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