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Griñán el gran capitán

La Razón
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La pregunta que sobrevuela con insistencia la actualidad política es si el presidente Griñán y Manuel Chaves estaban o no al corriente del manejo irregular de los fondos de Empleo. El PP ha respondido a esa pregunta aplicando la lógica deductiva (hay demasiados datos que apuntan a que tenían que saberlo) mientras que el PSOE la elude instándonos a realizar un ejercicio de fe (no lo sabían porque lo dicen ellos y punto). Llama la atención que los intentos por responderla adecuadamente hayan sido cercenados por la Junta con una espiral de amequerellas. De momento, y que sepamos, no se ha puesto ninguna, por lo que cabe entender que se trata de un aviso a navegantes para la oposición y, especialmente, de un intento por meter en cintura a los medios independientes.

Pero la pregunta conduce a equívocos porque lo realmente relevante son las respuestas. Lo importante es saber si tiene derecho el PP a llegar a esa conclusión y si, a la luz del debate público, resulta más razonable que lo que defiende el PSOE. En pocas palabras: cuál de los dos supuestos resulta más creíble. Para saberlo, nada mejor que realizar un ejercicio de hipótesis inversa.

Pongamos que efectivamente el consejero de Empleo no sabía nada y que tampoco lo sabían Chaves ni Griñán. Pongamos que es cierto que la Intervención General de la Junta no avisó de los riesgos efectivos de operar de manera semejante y que es posible aclarar en diez días lo que no se había podido aclarar en diez años. Pongamos que la firma de un director general es suficiente para el manejo discrecional de cientos de millones de euros en una de las partidas más relevantes de la Junta y, finalmente, que todo ello formara parte de ese «máximo rigor» de control presupuestario del que alardean. ¿Cuál podría ser entonces la conclusión? Pues es difícil de averiguar pero, en cualquier caso, no mucho mejor que la de admitir simplemente que Griñán estuviera al corriente. Eso o reconocer que en la Intervención hay que echar a la mitad de la cuadrilla, que un director general es un cargo de mayor peso que el de consejero o presidente (por lo que habría que prescindir de los segundos) y que, por razones de agilidad, «no se pueda estar al pairo» de lo que indiquen técnicos competentes pero sí al de cualquier ilegalidad.

Gonzalo Fernández de Córdoba ya fue con otra razón de fe al muy católico Rey Fernando: en picos, palas y azadones, cien millones. ¿Le habría creído Griñán?