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Días sin ratas por José Luis Alvite
Es tiempo de resúmenes para describir y calificar el año a punto de acabar. En la radio se citan los grandes acontecimientos políticos y económicos, las tragedias naturales más sobrecogedoras, las gestas deportivas, los crímenes que nos conmovieron, la creciente corrupción, los noviazgos y las bodas de los famosos… y en esa pedrea resulta que encontraremos en cierto modo reproducidos muchos de los años anteriores porque la vida es una rutinaria sucesión de hechos y figuras. No se habla mucho de lo que ha ocurrido dentro de nosotros, y yo creo que el gran acontecimiento del año es el redescubrimiento de que a la sociedad le urge un replanteamiento ético que sea al menos suficiente para tener un conocimiento preciso de cuál es la situación moral en la que nos encontramos en un momento de nuestras vidas en el que la crisis económica nos ha abierto los ojos sobre el hecho de que hemos iniciado un viaje de retorno hacia un angustioso tiempo de supervivencia que creíamos superado. Ya no se trata de que seamos aquel país próspero y feliz en el que había cola para reservar mesa en el restaurante, sino una sociedad atónita, escéptica y empobrecida en la que por primera vez para muchas personas ser joven es una desgracia, y morir, un alivio. Con las cifras en la mano, los sociólogos se han dado cuenta de algo que los españoles ya sabíamos por propia experiencia: que la vida de los ciudadanos se ha empobrecido hasta límites que parecían impensables. Pero no es necesario un muestreo científico para darse cuenta del descalabro. Cualquiera que recorra las calles se dará cuenta de que el grado de escasez es tan preocupante, que incluso nos estamos quedando sin basura. Puede que no sea muy científico, pero creo que nada hay tan grave para un país como quedarse al mismo tiempo sin dignidad, sin conciencia y sin ratas.
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