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Camelia muerta por José Luis Alvite
A juzgar por las cifras históricas, parece obvio que la producción artística es el resultado de una tradicional predisposición masculina para la creatividad. También es cierto que los datos estadísticos apuntan a que ese mensaje artístico quienes lo reciben con mayor perspicacia y sensibilidad son sin duda las mujeres. Cuando yo era niño me di cuenta de que las niñas se conformaban en Reyes con regalos pasivos cuya eficacia se completaba con las emociones inefables que el objeto despertaba en ellas. Era obvio que estaban emocionalmente mejor dotadas que los niños. Lo cierto es que mientras ellas recreaban en su interior un mundo complejo, repleto de sensaciones frutales y maduras, a los chiquillos lo más profundo que se les ocurría para pasar el rato era la idea de desmontar la bomba del pozo. Yo entonces era demasiado joven para preocuparme por las maravillosas esencias de la feminidad, así que me limitaba a espiar su conducta y a preguntarme por qué ellas invertían en la fertilidad de sus emociones interiores el tiempo zafio y baldío que yo empleaba en apedrear a los gatos. Entonces en casa bastante tenían nuestros padres con buscar para el almuerzo algo que fuese más blando que el plato, así que nadie hablaba de las dichosas hormonas. Vivíamos en un mundo robusto y muscular en el que incluso eran masculinas las hijas de los coroneles. ¡Pero qué fascinantes eran las niñas! ¡Qué insondable misterio el de su dulce y vulnerable feminidad! En una ocasión me quedé mirando a una mujer mientras ella contemplaba ensimismada un cuadro de flores en una galería de arte. Permaneció un buen rato frente al cuadro sin decir nada. Después sometió el abrigo al cuello, como si la hubiese cogido el frío. El hombre que la acompañaba miró ansioso el reloj. Ahora sé que en el vientre de aquella mujer acababa de desprenderse una camelia muerta.
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