El Cairo
Coser virgos por Cristina López Schlichting
En Teherán, en los años 90, conocí a una enmendadora de virgos. Hasta entonces pensaba que estas cosas –propias de Celestina o Trotaconventos– pertenecían a pasados literarios, pero esa señora madura, gruesa, de muy buen ver y mejor pasar, me explicó que había hecho fortuna laboral y económica como ginecóloga en el Irán revolucionario gracias a sus delicadas técnicas de reconstrucción del himen de las novias. La historia de esta mujer ejemplificaba el alucinante retroceso que el ayatolá Jomeini había impuesto a la Persia del sha. Sin entrar en consideraciones políticas –porque los Pahlevi toleraron la injusticia social que fue el caldo de cultivo del islamismo integrista–, la revolución de los ayatolás sacó al país de su larga tradición prooccidental y proeuropea y lo confinó en usos y costumbres más árabes que persas y, desde luego, decididamente atrasadas. Pero como no hay forma de parar el curso de la historia, desde entonces hay dos iranes: el que se aparenta y el real; el oficial y el cotidiano. Las casas albergan fiestas con minifalda mientras los chadores se quedan en el gabanero. La televisión extranjera está prohibida, pero todo el mundo tiene una parabólica en el balcón tapada con una manta. Las chicas se acuestan con sus novios y, cuando se casan, pasan por la remendadora de virginidades. Es verdad que la democracia occidental no es tanto una construcción política cuanto un producto cultural y que resulta impensable en países sin clase media o tradición de partidos. Pero entre la democracia americana y el despotismo dictatorial hay muchos grados y, desde luego, el Irán del sha estaba preparado para un nivel de pluralismo que la ley islámica no contempla. En estos días me duele mucho pensar en el futuro incierto de Egipto. Cuando la mayoría de los periodistas españoles entonó una loa a la primavera árabe y las manifestaciones de la plaza Tahir, yo me eché las manos a la cabeza y escribí en esta columna que empezaba la cuenta atrás de la llegada al poder del islamismo. Mis peores presagios se han cumplido. Hace falta conocer los barrios pobres de El Cairo y el interior de Egipto para saber que el día a día de la población llevaba décadas marcado por la presencia de los Hermanos Musulmanes. Ellos han ido capitalizando las obras de caridad, la red asistencial, la enseñanza islámica y proporcionado ayuda a los parados, las viudas, los huérfanos. Ellos eran los únicos con una estructura de partido sólida y a la vez capilarizada por todo el país. El único muro de contención para el islamismo era el Ejército y, tras la caída de Mubarak, los Hermanos se han lanzado al Gobierno. Salvo que ocurra como en Argelia, donde un golpe de Estado impidió la consolidación de los integristas (recordemos que habían ganado en las urnas), Egipto se islamizará. Un país lleno de turistas, moderno, con una cultura totalmente abierta, aprenderá la doble moral, el velo obligatorio, la discriminación de la mujer… y el remiendo de virgos.
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