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«Si los talibán dan derechos a las mujeres serán bienvenidos»

Por segunda vez desde la caída del régimen talibán en 2001, los afganos acuden hoy a las urnas para renovar su Parlamento. Alrededor de 10,5 millones de electores están convocados para elegir, de entre 2.556 candidatos, a los 249 representantes de la Wolesi Jirga o Asamblea Nacional. Las amenazas de los talibán y las sospechas de fraude hacen prever una baja participación electoral.

Las principales avenidas de Kabul están completamente cubiertas con los carteles electorales de los candidatos
Las principales avenidas de Kabul están completamente cubiertas con los carteles electorales de los candidatoslarazon

Ese hostigamiento integrista se ceba especialmente contra las mujeres. Pero Gul Sari no se arredra. Recuerda que su padre es quien más la ha apoyado para que siga luchando por los derechos de las mujeres en un país tan apegado a unas tradiciones obsoletas. Gul Sari es una de las casi 400 mujeres que han dejado a un lado el miedo y los prejuicios para presentar su candidatura.

Son una «inmensa» minoría, comparadas a los más de dos mil aspirantes varones que también concurren a los comicios, pero su valor está en dejar oír la voz de las mujeres afganas. «Las mujeres debemos formar parte de ese proceso», asegura a LA RAZÓN. «Mi objetivo es reconducir el país hacia una democracia; una nación en la que los derechos humanos estén garantizados. Las mujeres somos las mayores víctimas de estas injusticias. Prácticamente, el 95% en las zonas rurales no puede acceder a servicios como educación o sanidad. Los matrimonios forzados y las violaciones son castigos deliberados contra las mujeres», suelta de tirón, como una interminable retahíla de injusticias ancestrales. Estas injusticias se ven en todos los ámbitos de la sociedad. «En cualquier empresa se discrimina a las mujeres cuando, incluso, están más preparadas. Sin la participación de las mujeres, la sociedad no puede funcionar», añade.

Son las paradojas de un país que trata de incorporarse como democracia al mundo del siglo XXI, pero sigue anclado en el pasado, en una cultura misógina y sexista muy difícil de cambiar. Aun así, Gul ve algún rayo de esperanza mientras, quizás para no herir sensibilidades, pide comprensión para «entender y respetar nuestra sociedad tradicional». ¿Y qué haría si saliera elegida? «Lo primero, contactar con los ancianos tribales y los mulá [clérigos musulmanes] para encontrar una solución. Explicarles los derechos de las mujeres, que la Constitución nos protege y que, por ello, no deben privarnos de ellos». «Luego, motivaría al Gobierno para que se mueva, que emprenda acciones reales, no solo de cara al escaparate», afirma en una clara crítica al Gobierno de Hamid Karzai.

En Afganistán, más de la mitad de la población son mujeres, pero su representación parlamentaria se queda en el 20%. «De los once asientos designados para Kandahar, tres son para mujeres frente a los ocho para hombres. La realidad es que si hablamos de niveles de democracia, sólo hemos alcanzado un 40%», lamenta.

Y además están los talibán. «Por supuesto, yo y todos aquellos defensores de la democracia hemos recibido sus amenazas», reconoce mientras comentamos el secuestro de, al menos, 20 personas por grupos radicales en distintas partes del país. Diez de ellos son miembros de un equipo de campaña; ocho, empleados de la Comisión Electoral y dos, Hayatulá Hayat Furqani Pashayi y Saifulla Mojadedi, son candidatos parlamentarios. No obstante, subraya que «las mujeres hemos recibido más intimidaciones de desconocidos porque somos más débiles y no tenemos la misma protección que los políticos hombres». Sari, por seguridad, apenas ha salido de su casa durante la campaña: «El equipo de mi padre se ha encargado de hacer llegar mi mensaje a las mujeres y de distribuir los carteles». Pero eso no les ha librado de las presiones. «En más de una ocasión», afirma, «desconocidos se han acercado a mi padre y a nuestros voluntarios para que dejen la campaña si quieren seguir con vida».

Y, sin embargo, todavía cree que «el proceso de paz debe incluir a los talibán afganos», aunque matiza que «no a los externos que han traído Pakistán, Irán y otros países involucrados en la desestabilización de Afganistán». Y por si acaso, además de animar a la gente a votar, añade una mano tendida a los radicales islamistas: «Si el mulá Omar [el líder supremo de los talibán] aceptase la Constitución afgana, incluyendo los artículos sobre igualdad de derechos y obligaciones ante la Ley, las mujeres le daríamos la bienvenida. Durante su régimen islámico, trajeron seguridad y prosperidad. Las mujeres no tuvieron que mendigar, prostituirse y robar, como ocurre hoy en día». La clave sigue siendo la seguridad.


Una campaña de 500 dólares
Simin Gul Sari es uno de esos casos que dan esperanza a Afganistán. Con el apoyo de su padre, Nur Nawas, la periodista de 28 años ha plantado cara a los insurgentes y compite en las elecciones, a pesar de que tiene pocas esperanzas de ganar –su modesta campaña, financiada por su familia, es de 500 dólares–. A pesar de provenir de una familia que cree en la igualdad de derechos, Gul Sari fue ofrecida a los 14 años como esposa a un compañero de su padre. Su marido, con problemas mentales, desapareció hace más de 15 años y la mujer no tiene derecho a casarse de nuevo hasta que no aparezca el cadáver de su esposo.