Túnez

Doble rasero

La Razón
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Miles de sirios huyen a Turquía para escapar de la violencia que vive su país desde hace unos meses, cuando las potencias occidentales presionaron a Ben Ali en Túnez o Mubarak en Egipto y ambos se vieron obligados a abandonar la Presidencia de sus respectivos gobiernos. Sin embargo, parece que Bachar Al Asad tiene bula, pues ha reprimido brutalmente las protestas de ciudadanos en la calle que exigen desde hace once semanas reformas que conduzcan hacia la democratización de Siria y su renuncia al poder, y nada ha pasado. Las mismas naciones que con la OTAN como instrumento acosan a Muamar Gadafi para que se vaya dan una oportunidad tras otra a Al Asad, pese a que ha sembrado las calles de cadáveres. Es cierto que los principales socios europeos le presionan diplomáticamente y que han cancelado las inversiones y la cooperación económica de 1.300 millones de euros entre Europa y Siria. Al tiempo que se han interrumpido los vuelos con ese país, pero no se le impone que deje el poder, ni se le plantea un ultimátum. La jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, justifica la postura de los Veintisiete socios con un «es al pueblo [sirio] a quien le corresponde decidir qué Gobierno desea». Una postura que nada tiene que ver con la mantenida desde el principio en Libia. Es más, la relación de Siria con Hizbulá, Hamas o Irán, el intento de levantar en secreto un reactor nuclear que serviría para la fabricación de armas atómicas o la financiación a grupos terroristas hubieran sido motivos suficientes para que Europa actuase en bloque contra Al Asad, pero el peso y el papel de Siria en Oriente Medio lo impide. Su influencia en Líbano, la vinculación con Irán y, por tanto con Hizbulá y Hamas son su salvoconducto.