Cataluña

Pornocampaña catalana

La Razón
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Ya anuncié que no me esperaba yo lo mejor de la campaña catalana, pero lo que está sucediendo en estos días supera mis peores previsiones. No me voy a detener en Carmen de Mairena, que llenó un aula de la Pompeu Fabra, una universidad que, a juzgar por los listados mundiales, resulta menos que mediocre, pero se caracteriza por exudar autosuficiencia nacionalista. Que en ciertos lugares abucheen a Rosa Díez llamándola fascista y aplaudan a Carmen de Mairena cuando canta en catalán es todo un símbolo del desplome moral de una región. Por añadidura, las juventudes del PSC nos han mostrado también que se tiene un orgasmo –un tanto chuchurrio, la verdad– mientras se introduce la papeleta en la urna. Montserrat Nebrera –que, al parecer, pertenece a una entidad piadosa– ha aparecido envuelta en una toalla tras una sucesión de gemidos superpuestos sobre planos de un sujetador negro o de una ducha. La señorita Lapiedra ha grabado otro vídeo-clip en el que aparecen el oso y el madroño y el estadio Bernabéu ya en los primeros planos lanzando ese mensaje victimista y paranoico de que en Madrid no se dedica la gente a pensar otra cosa que en cómo complicarle la vida a los catalanes. Prueba de hasta qué punto los habitantes de la villa y corte pasan olímpicamente del nacionalismo catalán es que la señorita Lapiedra se dedica a realizar contorsiones por la Gran Vía y, a pesar de ir ataviada con ropa interior negra, no logra que nadie le diga un «ahí te pudras». Podría ensañarme señalando que es obvio que Dios no ha llamado a esta joven por el camino de la canción, pero la verdad es que, puestos a comparar, tampoco me parece que haya llamado a Montserrat Nebrera por el de la toalla. Con todo, lo más obsceno de esta campaña ha sido, sin ningún género de dudas, el pacto de los cinco principales partidos para no abordar el tema de la corrupción en el debate de TV3. Hay que dar gracias a Dios de que Albert Rivera finalmente pudiera referirse al escándalo del Palau y recordara que la causa fundamental de la desgracia de Cataluña es la creación del denominado «oasis catalán» por Pujol y su aceptación ulterior por el PSC. Esa corrupción transversal envuelta en la señera es lo más pornográfico de la política catalana. Explica sobradamente por qué hay que mantener el mensaje de que «Madrit (o España) nos roba» cuando lo cierto es que Cataluña representa el 26,5% de la deuda de las CCAA y ha logrado privar de infraestructuras a toda España en los últimos años para construir, por ejemplo, ochenta y dos helipuertos en una región que sólo tiene ochenta helicópteros. Me dicen que Artur Mas tachó a Rivera de «maleducado» por decir que el emperador iba en pelota y que una de las pruebas es que malversa fondos en el Palau. Lo comprendo. Rivera, a fin de cuentas, destapaba por enésima vez lo que la clase política catalana quiere mantener en silencio y, gracias a sus serviles medios de comunicación, consigue que no sepa la mayoría de sus administrados. Sin embargo, no es posible poner puertas al campo en la época de Internet y la TDT. El oasis catalán es una porno-cloaca y, para limpiarla, los catalanes deben ir a votar.