Libros

Cuba

El inaudito auto-stop de Juan Pablo II por Jesús Mariñas

La periodista deja la corresponsalía de El Vaticano
La periodista deja la corresponsalía de El Vaticanolarazon

Otro adiós inexplicable porque Paloma Gómez Borrero sigue en estado de gracia, y no es chiste fácil, aunque podría parecerlo. Tras muchos años, deja la corresponsalía de la COPE, que cubría desde tiempos de Juan Pablo II. Al recordarle se aviva la luminosidad de sus ojos verde moscatel donde bailotea incansable una cierta ironía. Es inefable, de lo más entrañable, cálida y divertida que uno pueda encontrarse, incluso en situaciones peliagudas. Ahora, recién liberada de su corresponsalía, escribe un nuevo libro que titulará «Las píldoras de Juan Pablo II», en el que recogerá anécdotas desconocidas del añorado Pontífice.

«Empiezo contando cómo Juan Pablo hizo auto-stop para asistir al cónclave donde lo eligieron Papa, algo desconocido hasta ahora. También recuerdo su primera visita a Cuba, con Fidel en el poder, y la última de Benedicto XVI, donde Fidel le agradeció muchísimo que le comentase por qué cuando era niño el cura estaba de espaldas y ahora dice misa mirando a la parroquia», afirma, y añade: «Cubrí los 104 viajes al extranjero de Juan Pablo II y 24 de los 26 que ha hecho Benedicto». Falló en Inglaterra y Líbano, «el primero porque fui operada de urgencia de una diverticulitis que me tuvo cerca de la muerte». No puedo olvidarme de cuando nos coló en una audiencia de Juan Pablo II a mí, Maruja Díaz y la madre de Alejo García. La folclórica fue situada en un palco preferente iba vestida con la mantilla española, y cuando el Pontífice pasó por su lado le cantó «No te vayas todavía no te vayas por favor», mientras nosotros procurábamos escondernos. Nunca pasa desapercibida y nos hizo vivir otros apuros, sobre todo a la hora de pagar comidas donde siempre argumentaba estar «sin soldi». No les cuento lo que fue tener que compartir mi habitación con ella (aunque la pagaba yo) y la cara que pusimos un mediodía en que Paloma y yo abrimos la puerta y Maruja, desnuda, se volvió mientras se ponía las medias. Pueden imaginar el cuadro, las risas y el pasmo. La cosa tuvo tanta gracia que nos hizo perder el vuelo de regreso y que la cantante montase una buena en el aeropuerto romano. Ahí no cabía la santidad. Dios, la que se organizó.