Cataluña

La irritación europeísta

La Razón
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Ya no cabe día sin sorpresa económica y casi siempre mala. Constituye una de las características de esta crisis que ameniza noticiarios y lleva de cabeza a los redactores de los periódicos. Las reiteradas acusaciones de Obama a la inoperancia europea –no carentes de razón– irritaron a Durao Barroso y hasta a la ministra Salgado. He aquí, pues, una confrontación que le conviene al presidente de los EEUU en horas electorales bajas, pero que no conviene a los intereses generales, interdependientes hasta el punto de que los euros huyen ahora hacia el paraíso del dólar, aunque ni siquiera allí podrían salvarse de la nueva recesión que se rumorea en exceso. Se apuntan razones a uno y a otro lado del Atlántico, pero nadie tiene la razón. El Banco de España anunció ya el miércoles eufemísticamente la atonía en la economía española. Sólo funciona el turismo. Pese o tal vez gracias a los recortes masivos nos encaminamos a otra recesión más grave de lo que el hombre de la calle supone. Lo demuestra el hecho de que la antes calificada de locomotora española, Cataluña, recorta, impávida, ya por donde más duele. Pero los ciudadanos apenas si reaccionan. Sumergidas, como preveíamos, las voces de los «indignados», sin tribunas o rostros identificables, parece como si la atonía ciudadana quedara a la espera del nuevo gobierno. Pero, como bien dice Rajoy, ahora no existe varita mágica. Los tiempos se hacen largos, como los parches que habrán de aplicársele a Grecia. Demasiados parlamentos en la Unión, intereses enfrentados o disociados que hay que armonizar, retrasan cualquier solución. Tiene razón Obama, Europa tarda en reaccionar. Pero no admite consejos.

El trader Alessio Rastani en sus declaraciones a la BBC puso algo de provocación y frescura a la crisis. Apocalíptico, dijo lo que algunos piensan y otros no quieren ni imaginar, pero nada más cierto que su opinión sobre el poder de algunas instituciones financieras sobre la política. Se precipitan los días y nadie conoce –mucho menos los economistas– hacia dónde desembocará este torrente de desastres económicos. Hasta Jordi Pujol, antes ejemplo de moderación, asume que Cataluña ha perdido la confianza en España. Mas, su heredero, entiende que la única relación posible será la económica. Se huele la mayoría absoluta de Rajoy y la escasa maniobrabilidad que ello supondría para los partidos nacionalistas, aunque los vascos sigan en lo suyo. Pese a todo, pocos quieren renunciar a ser europeos y Durao Barroso ha jugado la carta del orgullo de serlo, hasta ahora dudosa, entre las brumas intelectuales. Cuando los políticos apelan al sentimiento es que faltan argumentos. Entender a los EEUU, donde se originó años ha la crisis, como el enemigo o el amigo distante del que no queremos ni recibir consejos es el farol de una mala partida de póquer. Los lamentables recortes, el paro creciente y la atonía de los mercados son fruto de una incapacidad. Deberían los políticos sujetar las riendas del dinero donde se encuentre, establecer leyes fiables y ordenar el caos.

Pero no es difícil observar –y la Bolsa ya no constituye indicador fiable– las dificultades para sujetar no ya a los bancos, sino a los movimientos de capital que navegan hacia zonas económicas oscuras o paraísos fiscales. Nada de lo que se dijo en los primeros momentos de la crisis se ha llevado a efecto. Estamos a la intemperie, como lo estábamos antes. Más aún. Nos encontramos ahora sin los recursos que se han gastado en el fallido intento de reactivar la economía a través de los bancos y paliar el desgaste del mal llamado Estado del Bienestar. Rastani confesó que «mi trabajo es hacer dinero, no arreglar la economía». Y es cierto. El dinero no ha desaparecido. Permanece en otra parte: nunca se destruye. Pero las economías de países y de familias, sí. Alguien debería responsabilizarse de arreglarla limando la codicia y las ambiciones de los Rastani y de aquellos a quienes sirven. En los albores de la crisis fue el presidente francés quien proclamó que habría que refundar el capitalismo. Nunca más lo ha repetido. Ha podido comprobar que los franceses tampoco pueden restar ajenos a los recortes. Parece como si Occidente entero hubiera perdido el rumbo, salvo algún pequeño país. Tal vez, milagro, estemos ya llegando a puerto; pero no hay aves a la vista ni mapas que indiquen la proximidad de tierra. Se nos prometen aún más sacrificios en el futuro. Gracias.