País Vasco

Las mentiras de Otegi

La Razón
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La llamada izquierda abertzale está en campaña electoral en el País Vasco y uno de sus responsables, Arnaldo Otegi, encarcelado en la prisión de Logroño, ha dejado entrever la parte más evidente de su estrategia: la pesca de votos en el caladero tradicional del PNV, sin los cuales sus opciones se reducen drásticamente. Cualquier otra interpretación sobre las disculpas de Otegi a las víctimas del terrorismo etarra carece de importancia porque no nacen del arrepentimiento sincero, sino del puro cálculo político. Contienen, además, dos falsedades en sí mismas. La primera, cuando el batasuno afirma que militó en ETA durante la época de Franco, cuando es más cierto que fue condenado en 1979 por su participación en un secuestro, es decir, dos años después de la Amnistía General concedida por el Gobierno de la Nación. La segunda, cuando trata de limitar el daño causado a «su posición política», falacia que no resiste el menor análisis. Arnaldo Otegi, como han sentenciado los tribunales de Justicia, pertenecía y pertenece a la organización terrorista etarra y debería ser en calidad de tal como tendría que pedir perdón a sus víctimas. Es la habitual ceremonia de la confusión a la que tan acostumbrados nos tiene el terrorismo vasco. Trampas dialécticas que ya no engañan a nadie. Cualquier petición de perdón exige la firme intención de reparar en lo posible el daño causado, que ha sido mucho, colaborando con la Justicia en el esclarecimiento de todos los crímenes de ETA aún sin resolver y mediante el pago de las indemnizaciones correspondientes. Lo demás, es seguir causando dolor a sus víctimas y al resto de la sociedad.
No hay, pues, más que la búsqueda del rédito político en las palabras de Otegi. Es el pistoletazo de salida de la campaña electoral abertzale que viene malamente tocada por el espectáculo de las marchas y la extorsión en el caso del etarra Bolinaga y a la que los batasunos pretenden dar un giro «moderador» que atraiga a sus filas al sector más soberanista del nacionalismo vasco, que, sin embargo, debe ser perfectamente consciente de las consecuencias que tendría para la estabilidad del País Vasco un gobierno en el que los proetarras, que no ha renunciado al marxismo-leninismo autogestionario, tuvieran un peso decisivo.
En estas circunstancias, es imprescindible que los partidos democráticos vascos trasladen a los electores los riesgos de creer en una repentina conversión del mundo abertzale que no pase por el reconocimiento del inmenso daño causado, la condena sin paliativos de la violencia y la clara exigencia a la banda etarra de que se disuelva y entregue las armas.