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Ave blanco

La Razón
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Normalmente, decía Pérez Galdós, el español sólo atesora una única idea en su cabeza, que se corresponde con ser netamente la contraria a la del vecino. Con un genotipo tan autoindulgente en lo propio y cainita con lo ajeno, que Obama haya ponderado el AVE Madrid-Sevilla nos dispara el nivel de las endorfinas. Así, en nuestra hidalguía ya está instalado un kilo de satisfacción por la dádiva del César, que, primero, nos conducirá al chuleo tabernario (a mitad de la primera cerveza, a gritar «El Obama flipa con un tren que aquí tenemos hace más de quince años») y luego, a procurarnos unos golpes de pecho, cual King Kong antes de subir el Empire State. Pero es la magnificencia del personaje la que evita que esta verdad a granel no sea depurada por los oídos de la masa: palabra de Barack. Por matizar, de uno de los mejores trenes estadounidenses, el Washington-Nueva York, dijo Milton Friedman que era la envidia de la familia Picapiedra. Para cubrir esa distancia se va más rápido en el cercanías que tiene parada en Espelúy. El halago procede de un gigante que tiene un sistema ferroviario tan deficitario como el sanitario; el «big hotel» americano está plagado de carencias. Probablemente, Obama no conozca las anchoas de L'scala, ni las navajas de Albacete, pero cuando las pruebe hará un comentario que tiene su correlativo con este del AVE: anchoas y navajas de las que come todos los días el presidente de USA. A estos efectos, el piropo ha sido aprovechado por José Blanco, antes Pepiño, para buscar una cumbre de estadistas: él, presidente de Renfe, le explicará a su homólogo de Estados Unidos, que aquel AVE era tan perfecto que llevaba el color de su apelllido.