Burgos
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Creo conveniente que los jueces Pedraz y Moreno, muy especialmente el primero, inviertan unas horas en viajar a Burgos. Allí, en la llamada «avenida de Santander», se halla la Casa-Cuartel de la Guardia Civil, en la que dormían durante la noche del pasado martes alrededor de doscientas personas, entre ellas, más de cuarenta niños. Lo creo no sólo conveniente, sino necesario, y el juez Pedraz puede acicalarse su trigal cabello antes de descender del coche y contemplar el escenario de la fallida masacre que los etarras que tienen todo el derecho a recibir homenajes estuvieron a punto de culminar. La visión del edificio destrozado por la explosión asesina puede ayudarles a reflexionar. Si, después de la visita a Burgos, y de vuelta a Madrid, los jueces Pedraz y Moreno insisten en permitir que los terroristas puedan ser homenajeados en España, les recomiendo que acudan al psiquiatra con consulta más cercana a la Audiencia Nacional. También les recomiendo el viaje a Iñigo Urkullu y los diez concejales nacionalistas de Guecho que no han querido votar contra un indeseable vecino de aquella localidad que amenaza de muerte a los representantes de su pueblo democráticamente elegidos. Como once personas, más el conductor, no caben en un coche, pueden alquilar un autobús, e invitar al viaje al obispo de San Sebastián, monseñor Uriarte, el emérito, monseñor Setién, a los párrocos que abusan del Nombre de Dios para alentar el odio, y al Provincial de los Jesuitas que mantuvo preso en Loyola a un viejo jesuita navarro, el padre Sagües, por escribir en «El Diario Vasco» de San Sebastián un artículo estremecedor en el que pormenorizaba las miserables conductas de prelados y sacerdotes de la Iglesia vasca en sus relaciones con el terrorismo. Si todos aceptan la invitación, más que un autobús, necesitan doscientos. También les aúpo –¡Aúpa! es grito de ánimo entre ellos–, a quienes han opinado, desde su responsabilidad pública, que quitar los carteles con fotografías de terroristas de las calles y muros de lugares de Vasconia equivale a atentar contra la libertad de expresión de la ciudadanía. En este autobús están invitados los de la partida de tute de Azpeitia, como premio a su sensibilidad. De sobrar un asiento, Iñaki Anasagasti podría ocuparlo, siempre que el nacionalismo vasco permita compartir el aire que se respira en un autobús ocupado por vascos puros con un ciudadano venezolano, como es don Iñaki. Entre todos, alguno habrá que a la vista de lo que queda de la Casa-Cuartel de la Guardia Civil de Burgos, se atreva a manifestar, aunque sea en voz muy queda, una medida frase de repulsa por la acción de «esos chicos». Y si Ibarreche, Balza y Azcárraga, los tres jinetes sin caballo, se unen a la expedición, mejor que mejor. Desde Madrid partiría otro autocar, un minibús, con aire acondicionado y un pequeño bar para calmar con líquidos la angustia de sus conciencias, llevando a los miembros del Tribunal Constitucional. Y otro vehículo, más grande, con los pegatineros y miembros del Sindicato de la Ceja, al mando de Pilar Bardem, para entregar a los niños que han salvado su vida una rosa blanca como la que entregaron en su día a la abogada etarra Jone Goricelaya, por gentileza de Alfonso Sastre. Todos en Burgos, en el lugar de la catástrofe. Verán qué bien les viene el esfuercito.
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