Nueva York
Cómo escapar del limbo legal de Guantánamo
Uno de los presos de Guantánamo cree que es «anaranjado. La medicina es un privilegio. Soy un traje naranja». Su nombre es Ramzi Ben al Shibh. Es uno de los conspiradores del 11-S que lleva en la base desde septiembre de 2006. LA RAZÓN asiste a las dos jornadas de vistas en la base de Cuba entre las que se examina la situación mental de Al Shibh. También se revisa el caso del cocinero de Osama Ben Laden, Ibrahim al Qosi; Mohamed Kamin, el canadiense detenido con 15 años, Omar Ahmed Kahdr, y los otros cuatro conspiradores de los atentados del 11 de septiembre de 2001: el gran ideólogo del atentado contra las Torres Gemelas, Khalid Sheik Mohammed; Bin Attash, Ali Abdul Aziz Ali y Mustafa Ahmed Adam al Hawsawi. Todos están pendientes del informe que esta semana tiene que recibir el presidente Barack Obama con las recomendaciones de cómo cerrar el campo de detención. Pero ayer se informó de que este documento se va a retrasar seis meses. De esta forma, se pone en duda que el líder sea capaz de cumplir su promesa de clausurar el campo de detención en enero de 2010. Precisamente, después de esta vista, el mayor Jon Jackson, uno de los 26 defensores militares de los conspiradores del 11-S, explica a LA RAZÓN que «por lo menos mi caso no se podrá cerrar antes de enero». En cambio, el jefe de la acusación militar de Guantánamo, el Capitán John F. Murphy, admite que «tengo 66 preparados para llevarlos a juicio. Sólo me falta recibir la orden de mi comandante en jefe [por Obama] para empezar los procesos», indica. Las vistas, a las que asiste LA RAZÓN, son sólo un ejemplo más del caos que rodea a Guantánamo. A la audiencia de los conspiradores del 11-S sólo se presentan tres detenidos porque les han informado de forma errónea de que no podrán hablar. Les custodian veinte soldados. Todos están muy tensos. El gran ideólogo de los ataques, Khalid Sheik Mohammed, decide no comparecer ante el juez. Durante la sesión, Walid Bin Attash pregunta si puede interrogar a uno de los testigos. Además, le apunta al juez Coronel Steve Henley que no le gusta cómo conduce la vista. «Si no tiene paciencia, creo que debería aceptar otro caso», recomienda Bin Attash. Todo esto ocurre después de que Mustafa Ahmed Adam al Hawswi abandone la sala porque el juez no le deja hablar cuando él lo desea. Al fondo, detrás de una ventana de cristal, se encuentran los familiares y los observadores militares. Sólo se puede ver lo que ocurre, pero no se escucha nada. El sonido se establece a través de una televisión que retransmite lo que sucede con 40 segundos de retraso. En ocasiones, sólo oye un pitido. «Esto es información clasificada», explica el Capitán Ross a este periódico. Hay un receso. A partir de ahora, la sesión se cierra al público y todo lo que ocurra en la sala será alto secreto.
Familiares de las víctimas del 11-S critican la decisión de ObamaJudith y Gary Reiss, de Pensilvania, defienden a toda costa el mantenimiento de los campos de detención de Guantánamo. También Gordon Habermann, de Wisconsin. Igual que Diane y Keneth Fairben, de Nueva York. Todos, que han venido a Guantánamo a ver las vistas de los detenidos, están muy orgullosos de los guardias de la prisión. A los cinco les une que perdieron un hijo el día de los ataques contra las Torres Gemelas. «Ha sido muy difícil venir aquí», y explica Judith a LA RAZÓN después de la audiencia judicial con tres de los cinco conspiradores del 11-S. Diane puntualiza que «para mí, los que sufren malos tratos son los guardias». Su marido Kenneth matiza que «queremos que Obama mantenga abierta la prisión». A juicio de Habermann, que perdió a su hija Andrea de 25 años el 11-S, Obama emitió la orden ejecutiva de cerrar la prisión por «un mero gesto político, pero una cosa es hacer promesas como candidato y otra como presidente». Gary reconoce que «no quería venir aquí. Pero me alegro de haberlo hecho. Le voy a decir a todo el mundo que Guantánamo es un buen sitio. Este lugar tiene muy mala reputación injustamente».
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