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Contradicciones

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Quisiera huir de la tentación, pero cada vez que pienso un tema para la columna, me siguen asaltando los anuncios de las radios relacionados de alguna forma con la salud. Alguna vez he hablado de este tema y no es mi intención convertirme en el acusica barrabás de nadie, pero es que la cosa tiene guasa y más para un calvo como yo al que su calvicie no le ha costado un solo euro.Pues bien, hete aquí que a media mañana te ofrecen una solución mágico-científica para evitar el presunto drama de la caída del cabello: un peine que lleva rayos láser –o algo así– y que por lo visto es lo más de lo más para conservar y hacer rebrotar el asunto piloso. Me imagino a mi mismo pasándome un peine por la nada de mi cráneo y la imagen me resulta algo patética; pero imaginemos que quien vende el producto me convence de las bondades del invento. Sigo oyendo la emisora y unos minutos más tarde comienza otro programa en el que se hace su publicidad un experto en el cuidado del cabello que descalifica de forma despectiva e inequívoca «los peines con no sé que rayos…» y nos da a entender a todos los oyentes que todo eso es sencillamente un timo. En ambos casos, la publicidad cuenta con la colaboración de alguien de la propia emisora que establece un diálogo con el anunciante. Aunque se trate de un tema menor resulta evidente el difícil equilibrio entre hacer caja y hacer ética.La cosa no tiene mayor importancia en este caso. Tampoco cuando se puso de moda un aparato que servía nada menos que para conseguir «agua imantada» o aquellas pulseras que lo curaban casi todo y que el personal pedía en las farmacias por el nombre de la famosa locutora que involucró su credibilidad –previo cobro– en tales ingenios. Yo no sé si habría que poner un cierto límite a estas cosas o hacer directamente un cara a cara entre el del peine láser y el experto del laboratorio. Tendría su gracia.