Mónaco
Critican el reportaje de Telma Ortiz
o malo de estas historias es que acaban convirtiéndose en madejas, todo es cuestión de tirar del hilo y formar la bola. Es lo que ha sucedido con un Colate Vallejo-Nágera disconforme con las palabras dichas por su padre, supuestamente creyendo que no verían la luz, después de no asistir a su sonada boda con Paulina Rubio, una celebración en la que hubo de todo, incluso sustos y reclamaciones aéreas. Algún día contarán la verdadera peripecia de estos viajes en los que algunos, más achispados que despistados, fumaron en el cuarto de baño del avión, lo que provocó que se disparara la alarma y se montara la de Dios es Cristo. Historias de la historia, como ese lavado de imagen, biodegradable, con recreación idílica y romántica incluida, del embarazo sorpresa de Telma Ortiz, fruto de su relación con el también cooperante Enrique, antiguo gestor de la Cruz Roja en Manila. Un amor mecido por el exotismo como en aquellas películas estadounidenses de los cincuenta, siempre marcadas por parejas desiguales tipo la de «Sayonara».
Desde las altas esferas
No es adiós lo que ha dicho la hermana de Doña Letizia, a quien quizá el recado de las altas esferas le llegó con retraso ante el alarde del reportaje, doce páginas enaltecedoras que ocupan la portada y las páginas principales de «¡Hola!» esta semana. Un poco al aire favorecedor de los dos reportajes de la Infanta Elena después de su separación, en los que el duque de Lugo quedaba como responsable del desaguisado matrimonial como si una pareja no fuera cosa de dos. Muchos se pasman al ver cómo glosan y engrandecen el altruismo, espíritu de sacrificio –la de noches que Telma durmió bajo una tienda de lona, quizá ahí comenzó todo, ¿cabe mayor romanticismo?– y dedicación de la hermana de Doña Letizia. Es una mujer impactante y de físico muy moderno que, tiempo atrás, algún descerebrado o desinformado, a saber con qué interés, pretendió emparejar circunstancialmente con el dificilísimo Alberto de Mónaco, cosas veredes. De creer lo narrado en esas doce páginas, Teresa de Calcuta no sería nadie al lado de Telma. Suena a exageración propiciada por alguien de su entorno, porque de otra manera no se entiende que el texto vaya sin firma –dato elocuente y revelador– y que las fotografías parezcan sacadas de algún álbum familiar. Ante lo comprometido que ya fue conocer su estado de gravidez, lo de «¡Hola!» no ha sentado bien en círculos próximos al Príncipe. Lo encuentran inoportuno en su grandilocuencia, incluso contraproducente. Además, causa una reacción contraria a la buscada.
Algo también aplicable al pataleo de Colate ante la entrevista póstuma, realizada mes y medio después de su enlace, donde su padre descubre secretos de familia que les convenía tener escondidos en el baúl de los recuerdos: todos saben cómo Sabina, su madre, rompió el matrimonio para irse con el decorador Muñoz, que luego le montó la tienda Natura porque dinero no le falta. Ante el funeral del día 14 en la iglesia de San Agustín, Colate arguye que su padre fue vilmente engañado y desconocía «que publicarían esto». Ignoraba quizá que el fallecido José Ignacio se negó a verlas publicadas en un «¡Hola!» que intentó matizar, cambiar o dar un giro a sus opiniones en carne viva. Ojalá que todo esto no reviva las peripecias de su tío Alejandro, un «bon vivant» con pretensiones de «hippie» en las playas de Goa. Darían para mucho.
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