Danza
Cunningham espíritu libre
El título de la coreografía, «Casi noventa», hace referencia a la edad del artista y a la duración del espectáculo.
El espectáculo de un coreógrafo considerado una leyenda viva, cuando su compañía lleva nueve años sin pisar Madrid, eleva las expectativas del público a cotas en las que sólo Merce Cunnin-gham se puede manejar. En esta ocasión, la disculpa tanto de la coreografía como del título la dan sus recién cumplidos 90 años que, sin embargo, no son suficientes para modificar el postulado artístico al que ha sido fiel durante toda su carrera: la libertad del movimiento.En el estreno de «Nearly Ninety» («Casi noventa») en España, que cerrará mañana el festival Madrid en Danza tras tres días en cartel con todas las entradas agotadas, Cunningham desplegó una coreografía conceptual y sencilla, pero de una gran fuerza expresiva. Y no será gracias a la gestualidad inexistente de sus bailarines, que, más que pisar el escenario de los Teatros del Canal, planearon sobre él, sino a la insistencia del creador en reivindicar la independencia de la danza a través de una coreografía despreocupada en la precisión, pero reveladora en la creación de imágenes. Su danza no sólo se despegó del escenario, también de la música y de cualquier componente argumental, lo que convierte a «Nearly Ninety» en un espectáculo difícil de asimilar. El público se enfrentó a la música improvisada, aunque pautada de antemano, de John Paul Jones, Takehisa Kosugi y Sonic Youth –interpretada en Madrid por Golden Jooklo Age– y a una colosal estructura metálica de tres pisos, principio y fin de toda la escenografía. El halo futurista del conjunto lo completaron la proyección de sobrias imágenes sobre el escenario, obra del español Franc Aleu, y el vestuario geométrico de Romeo Gigli, acorde con el movimiento y la escenografía. Los pasos a dos, marca de la casa Merce Cunningham, protagonizaron la primera parte, de una monotonía coreográfica mayor que la de la segunda. Con todo, la eficiencia de los movimientos ideados por el artista lo exime de golpes de efecto y le permite entrelazar conjuntos de parejas con una naturalidad muy estética. Pero esta concepción desestructurada dejó al público un poco frío, y, en el descanso, los aplausos fueron tibios. Durante la segunda parte, la presencia, esta vez visible, de los músicos en escena y la aceleración del movimiento conectaron mejor con la audiencia, que apreció el cambio de tono y convirtió su desubicación inicial en una notable ovación.
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